miércoles, 20 de agosto de 2008

La representación de lo ideal v/s la representación de lo real






Las diferencias entre el arte griego y romano, y sus consecuentes derivaciones en las formas bizantinas y románicas.


Más de alguna vez hemos escuchado utilizar la expresión “grecorromano” o “grecolatino” en el análisis de obras de arte pertenecientes al período renacentista o al neoclásico francés. De alguna manera muchos hemos asumido esa palabra como una unidad indivisible y homogénea, sin analizar realmente qué elementos griegos y qué elementos latinos están presentes en esas grandes obras.

Cuando tenemos la oportunidad de apreciar un cuadro como “Coronación de Napoleón” de Jacques Louis David, sería interesante preguntarse si realmente una pintura de esas características podría haber sido gestada en una civilización como la griega o la romana. Probablemente llegaríamos a la conclusión de que en ninguna de las dos, no sólo por las innovaciones técnicas que se desarrollaron en el arte entre el fin del período clásico en el siglo IV hasta los comienzos del siglo XIX, sino porque en esa pintura es posible apreciar las características diferentes y a veces incluso opuestas, que presenta el arte griego con respecto al arte romano.

Si nos detenemos a analizar la extensa obra de Miguel Ángel Buonarroti, estudioso del período clásico como todo artista de su época, podremos darnos cuenta de las grandes diferencias presentes. Da la impresión de que el magnífico “David”, clásico, etéreo, imperturbable, pero listo para actuar, no tiene absolutamente nada que ver con la fuerza y, por qué no decir, la violencia presentes en el “Juicio final” de la Capilla Sixtina. Claramente el primero fue concebido varios años antes que el extraordinario fresco, sin embargo, las diferencias a las cuales hago mención tienen sus raíces en el hecho de que sólo un genio como Miguel Ángel pudo desarrollar un arte que tiene tanto que ver con el esplendor griego, como también con el desarrollado por los primeros cristianos en las Catacumbas. Es aquí donde se logra la perfecta conjugación de expresiones disímiles, movidas por profundas diferencias que traspasan lo artístico y se instalan en lo social.

Obviamente, el considerar al período clásico como un todo, viene de la idea de suponer a Roma como la continuidad natural de Grecia. Roma es hijo de Grecia, se parece a su padre y lo admira, pero como todo hijo desarrolla cualidades propias que lo hacen único. Roma no es rebelde, pero sí es contestatario, piensa que en la diversidad se encuentra la riqueza y, claramente, no está de acuerdo con el idealismo desarrollado por su progenitor.

Esta importante diferencia se hace más evidente aún cuando se introduce el elemento cristiano. La incansable búsqueda de la mejor manera de representar el misterio de Cristo, va a separar radicalmente el arte románico del bizantino. Mientras los griegos cristianos siguen sus pautas de representación ideal, movidos por la naturaleza divina de Jesús; los romanos atienden al hecho de que el Hijo de Dios era también un hombre real, de carne y hueso.

¿Qué es lo que mueve a una civilización a buscar el ideal en las artes, y qué motiva a otra a representar la realidad y la diversidad existente? Para responder esta pregunta es necesario comprender cómo se forja la identidad cultural de estos pueblos, tomando en cuenta el entorno geográfico en el que se desenvuelve cada uno, las etapas históricas vividas y, por supuesto, el desarrollo de los procesos productivos imperantes, los cuales determinarán la existencia de clases sociales y, en definitiva, establecerá quiénes serán los consumidores de arte y el rol social de los artistas.



Sobre el entorno de Grecia.

Los griegos siempre se maravillaron del particular entorno en el que vivían, una combinación de montes suaves con montañas escarpadas y acantilados de cortes abruptos que desembocan en el mar, el gran aliado en su desarrollo hacia el progreso. Este territorio, rodeado de islas pequeñas y abundantes, constituyó el telón de fondo para el devenir de una civilización que siglos más tarde sería considerada como la cuna de Occidente.

A pesar de que el territorio griego podría calificarse como hostil - sus ¾ partes son montañosas, mientras que sólo 1/5 es apto para la agricultura - Grecia siempre desarrolló un fuerte lazo con su entorno natural. Su religión, con dioses en directa relación con la naturaleza, es un buen ejemplo de esto.

El clima es también bastante variado, en las costas y regiones meridionales los veranos son calurosos, pero en Macedonia y al interior las temperaturas son muchísimo más bajas.

Esta diversidad geográfica y climática no siempre jugó a favor de los griegos, pues las separaciones hacen que Grecia nunca sea una nación como tal, permitiendo el desarrollo de belicosidades internas especialmente entre Atenas y Esparta. Grecia nunca constituyó una nación o estado unitario en el sentido moderno del término. Se trataba más bien de un conjunto de tribus que compartían una lengua, la creencia en los mismos dioses y mitos ancestrales. Compartían una cultura, pero siempre estuvieron organizados en polis que eran independientes y rivales entre sí. Sólo frente al peligro de invasiones externas, especialmente de los persas, Grecia olvidaba sus problemas internos y se unía para defender ese espíritu en común.

En cuanto a lo organizacional, destaca la entusiasta participación ciudadana en la administración de la polis, característica que convertirá al griego en un animal político, que lo diferenciará de la obediencia ciega imperante en los reinos de Oriente.

La libertad, independencia e igualdad entre los hombres libres constituye uno de los pilares de la civilización griega, los cuales permitieron el desarrollo de la democracia. El individuo, consciente de su valor, se convierte en el eje de esta cultura eminentemente antropocéntrica. Protágoras lo manifestaría claramente: “El hombre es la medida de todas las cosas”.

Su religiosidad también es humanizada y su mitología será la fuente de inspiración para artistas. Los griegos crearon a sus dioses a su imagen y semejanza, y serán los dioses y sus hazañas los que servirán de cauce para expresar el ideal de belleza, elemento omnipresente – ya sea en mayor o menor grado – en todos los períodos de esta civilización.

La vocación marinera y viajera de este pueblo determinó el movimiento migratorio a lo largo y ancho del mar mediterráneo. Al hablar de la civilización griega, no nos estamos refiriendo al ámbito geográfico de la Grecia actual, sino al amplio, diverso y rico mundo de la civilización clásica, que extendió sus mitos, su lengua y sus dioses a tierras lejanas. El resultado es una cultura con características unitarias y el arte es el mejor testimonio.


Roma y su necesidad de vivir en paz.

A diferencia de Grecia, Roma sí logra transformarse en una sinfonía, es decir, alcanza una armonía y una real unidad entre tanta diversidad.

Roma significa fuerza y esfuerzo. Es la historia de un pueblo que desde sus orígenes se ha esforzado. Es muy fácil vivir peleando, pero muy difícil vivir en paz y la PAX romana no es otra cosa que esa cohesión tan necesaria, entre pueblos diferentes, que les permite convivir y progresar.

Desde su fundación, Roma parece ser el resultado de la voluntad de los dioses. Eneas es quizás uno de los mayores responsables de que hoy hablemos de esa simbiosis del mundo grecolatino. La Eneida, obra cumbre de Virgilio, cuenta el viaje que emprende el joven Eneas luego de la caída de Troya y que finaliza con la creación de una nueva ciudad.

La historia de la fundación de Roma, sin duda, está llena de pasajes increíbles. Marte, el dios de la guerra, se atreve a tener relaciones con la hija de Eneas, una sacerdotisa cuya vida estaba consagrada a la castidad. De esa relación nacen los mellizos, Rómulo y Remo, que al ser abandonados son amamantados por una loba. El relato culmina con la fundación de Roma a orillas del río Tíber, nombre escogido por Rómulo, quien la bautizó así acongojado por haber dado muerte a su hermano Remo, cuando éste no quiso respetar los límites que ellos mismos habían fijado.

Desde ese momento (siglo VIII a.C.) hasta la desintegración del imperio occidental en el siglo IV de la era cristiana, Roma pasó por períodos de desagracia que ayudaron a su maduración. Antes de la llegada de Augusto al poder, el imperio pasó por un período sangriento. A la primera etapa monárquica le siguen dos grandes etapas; la República y el Imperio. En la época republicana destacan hechos como las guerras púnicas contra los cartagineses y las guerras civiles que acabarán con la formación de dos triunviratos. El primero concluye con el asesinato de Julio César y el segundo con la victoria final de Octavio Augusto, lo que supone el comienzo de la etapa imperial.

El siglo de Augusto en Roma, es comparable al de Pericles en Grecia, donde se experimentó el apogeo de las letras y de las artes, además del espíritu cívico en la población. Augusto tenía claro que debía defender al Estado como un todo, para lo cual instauró la PAX romana, que es el acuerdo entre dos partes y no la ausencia de guerra como muchos pueden pensar.

Nuevamente Virgilio, en la Eneida, escribirá el destino de esta civilización: “Romano, éstas serán para ti las artes; dictar leyes de paz a las naciones, perdonar al vencido y domar con la guerra a los soberbios”.[1]

Esta pacificación del imperio llevó a una prosperidad y al logro de una verdadera red integrada de flujos de todo tipo. Roma se transforma en la ciudad universal, receptora de todo lo diferente. “Urbi et orbe”[2], una expresión que cobra total sentido en el desarrollo de esta nueva cultura más terrenal y más conectada con lo real que su antecesora.

Roma fue capaz de seleccionar lo mejor de sus antepasados, pero imprimiendo un sello propio a todo lo realizado. La vida social, las relaciones de guerra y de paz y, por supuesto, el arte llevan la impronta de un pueblo que supo hacer de sus diferencias su mayor fortaleza.


El arte clásico, los estilos desarrollados y su vinculación con los cambios en la sociedad antigua.

Para entender los cambios sociales experimentados por Grecia desde sus orígenes en el 2700 antes de la era cristiana, hasta la invasión romana en el siglo II a.C., es necesario analizar cada uno de los períodos por separado, con el fin de conectar las evoluciones con la producción artística del momento.

Normalmente se habla de cuatro períodos de la civilización griega: el micénico, el arcaico, el clásico y el helénico. Sin embargo, éstos se hacen insuficientes cuando se trata de comprender el complejo desarrollo de las letras, artes plásticas, arquitectura y teatro. Aquí, los momentos de transición son claves, ya que grafican claramente los procesos de metamorfosis y nos entregan la respuesta al por qué generalmente los artistas se adelantan a la sociedad, convirtiéndose en los individuos que lideran los procesos de cambio.

Tomando en cuenta lo anteriormente expuesto, se considerarán en el análisis los siguientes períodos: La edad heroica, como el comienzo y crisol de la civilización; la epopeya, que durará alrededor de tres siglos; el período arcaico, en el que se establecerán las bases de la aristocracia; la tiranía, como etapa de transición a la democracia; el período clásico o Siglo de Oro; el clásico tardío como paso al período helénico, la etapa helenística cómo último exponente de la cultura griega y el imperio que marca la expansión romana y el fin del período clásico.

En un comienzo Grecia no poseía las riquezas de los imperios orientales, esto más las características climáticas y geográficas ya mencionadas favorecieron el desarrollo de una cultura netamente mediterránea, con un régimen alimenticio diferente, basado en quesos, cereales, productos del olivo y de las viñas. También desarrollaron una austeridad y sencillez fomentada por la necesidad de satisfacer solamente lo básico, debido a que Grecia siempre favoreció tener tiempo libre. El anhelado ocio que les permitiría reflexionar sobre lo que los rodea, fue privilegiado desde un comienzo por sus primeros habitantes.

Con respecto al arte no es mucho lo que se conoce sobre este primer período. Los poemas homéricos son los textos más antiguos en lengua griega de los cuales hay registro, pero por su complejidad no pueden corresponder a la poesía más antigua. Además la imagen de Homero tampoco tiene que ver con la de los primeros poetas, considerados profetas sacerdotales inspirados por los dioses. De todas formas es necesario mencionar que el mismo Homero era conocido el viejo cantor ciego de Quíos, que podía ver cosas que un común mortal no era capaz.

Al igual que la poesía de todas las épocas primitivas, los poemas en los primeros tiempos de Grecia se componen de fórmulas mágicas, plegarias, oraciones y canciones de guerra y trabajo. Es una poesía ritual de las masas, anónima, ajena a toda diferenciación individual y destinada a toda la comunidad.

Es frecuente comenzar con Creta como cuna de Occidente, pero es muy poco lo que conocemos de esta civilización. Sólo hay acceso a vasijas, pinturas y mosaicos encontrados por Sir Arthur Evans (investigador de Cnosos, capital de Creta), los cuales dan cuenta de la creencia en dioses curiosos, temibles y antropomorfos.

Nada sabemos de la situación social de los artistas, ni tampoco si disfrutaban de prestigio en la sociedad, sólo hay certeza de que eran considerados de ascendencia divina.

Desde esta perspectiva, son muchos los autores que señalan a Dédalo como el padre de las artes. Este arquitecto, escultor e inventor será quien le dará el carácter mítico a la producción artística de Grecia. Dédalo podía dar vida a la madera y el hecho de que a su hijo Ícaro se le fundan las alas y caiga al mar, parece simbolizar el término de la magia, dando paso a los cambios profundos que traerá consigo la etapa heroica.

La edad heroica:

Lentamente esa sencillez y austeridad fueron desapareciendo. De la organización impersonal del clan se pasa a una especie de monarquía feudal, en la que la lealtad de los súbditos al rey, es mayor que el parentesco de sangre.

Se exaltan los valores de la guerra, especialmente la habilidad y astucia de sus protagonistas. El objetivo principal de la poesía es aclamar y ensalzar el nombre de los héroes. Se busca eternizar sus glorias, con el fin de trascender. Comienza así el verdadero sentido que condicionará el arte clásico, el cual se dejará de lado durante el medioevo y se volverá a retomar con fuerza en el período renacentista.

En este período la función social del poeta cambia radicalmente. Sale de su anonimato y la poesía pierde su carácter ritual y colectivo, para convertirse en un canto individual acerca del destino individual. Los textos son recitados por una sola persona y no por un coro o una comunidad completa.

“En un principio sus poetas y recitadores son probablemente los mismos guerreros y héroes, esto quiere decir que no sólo su público sino también los creadores de la nueva poesía son nobles”.[3]

Rápidamente el noble aficionado a las letras será reemplazado por el cantor profesional, que son vasallos pero siempre pertenecientes a la corte del rey. Eran señores respetables, más cercanos a lo real que los profetas del período anterior, pero con un don considerado todavía como divino. Homero en la Odisea, canto XXII, así lo expresa. “Un dios les ha plantado las canciones en el alma”.

Junto con la pérdida de su naturaleza ritual, los poemas también pierden su carácter lírico y se hacen épicos, convirtiéndose en verdaderas crónicas de guerra, a las cuales poco a poco se le introducen elementos dramáticos. Los poemas heroicos, que constituyen la base de la epopeya, presentan ese carácter híbrido.

En el campo de las artes plásticas se desarrolla el estilo conocido como Titanomaquia, que representa la lucha entre dioses y titanes (héroes), que habría ocurrido al inicio de los tiempos. Según cuenta la historia, las divinidades crearían a los hombres, para ser amados y admirados por ellos.

A pesar de la clara importancia de la plástica como ilustradora del génesis griego, sus creadores no gozaban de prestigio alguno en la sociedad. Al parecer el carácter sobrenatural atribuido en un momento a los artistas, personificado en la imagen mítica de Dédalo, desaparece por completo.

El pintor o escultor trabaja con sus manos y no con el espíritu como los poetas, por lo que son considerados inferiores. Esta percepción se mantendrá presente en toda la historia de Grecia y de Roma, constituyendo “el rasgo común” a la producción artísticas de la antigüedad clásica.

La epopeya:

El afán de convertir las aventuras bélicas en canciones y leyendas termina con la invasión dórica.

Los dorios son un pueblo campesino, rudo y sobrio a los que no les gusta hacer alarde de sus victorias. Se trata de una aristocracia pacífica, que basa su economía en la agricultura y el comercio, transformando la monarquía militarista existente en una aristocracia terrateniente.

Disminuye el acceso al lujo al cual estaba tan acostumbrada la clase alta, que vivía a expensas del resto de la población. Los encargos a pintores y escultores son escasos y lo único realmente espléndido sigue siendo la producción poética.

Comienza así la epopeya, la cual durará tres siglos.

La esencia de este período está dada por los cantos de Homero. Cantos dirigidos a la aristocracia, pero creados por un hombre que siempre estuvo rodeado por la gente del pueblo. A pesar de todo, su popularidad en Grecia fue grande. Sus poemas fueron memorizados por niños y jóvenes instaurándose en la educación durante varios siglos.

La Ilíada y la Odisea fueron considerados como la fuente más segura de un pasado remoto. Pero con el desarrollo de la ciencia histórica Tucídides acusó a Homero de haber exagerado la grandeza de los hechos e incluso de haber mentido. Xenófanes también inculpó a Hesiodo -quien tomó los poemas de Homero como modelo- de haber atribuido a los dioses los excesos más bajos del ser humano como el engaño, el robo y el adulterio. A pesar de las críticas Homero no desapareció de la enseñanza.

En los últimos poemas de Homero es posible observar cómo la nobleza comienza a cambiar. Éstos ya no van dirigidos a una nobleza militar, sino a una aristocracia ciudadana no belicosa. La Odisea nos presenta un autor menos heroico, pues Ulises pertenece a un mundo mucho más próximo que aquel al cual pertenecía Aquiles.

“La llamada epopeya homérica no puede ser considerada como la creación de un individuo, ni tampoco como producto de la poesía popular, sino como la obra colectiva de elegantes poetas, artesanos y literatos pertenecientes a diversas escuelas y generaciones”.[4]

Se vuelve así al colectivismo poético de los primeros sacerdotes. El individualismo que caracterizó a la edad heroica queda atrás y la epopeya poética pasa a ser creación de escuelas, conformadas por un grupo de artistas ligados por una tradición y métodos de trabajo comunes.

Componer y recitar poemas aún no son oficios diferentes, pero el rapsoda o recitador constituye la transición entre el poeta y el actor, esto porque de alguna manera los poemas exigen un cierto histrionismo. Los también llamados “homéridas” cumplían una función trascendental: conservar e incrementar los poemas recibidos, evitando la desintegración de los textos.

La poesía se dirige a un público cada vez más amplio, por lo que su lenguaje se vuelve cotidiano. La poesía hesiódica es una muestra de esto, los temas aquí tratados hablan de un campesinado oprimido y, por primera vez, se levanta la voz a favor de la justicia social.

Paralelamente, escultores y arquitectos desarrollan un estilo geométrico, rígido y esquemático, que hace de la repetición el núcleo mismo de su composición. Al parecer no existe relación entre las artes plásticas y literatura presentes en esta época común. La epopeya se desarrolla en Asia Menor, centro mismo del comercio mundial, en cambio el geometrismo de la plástica es propio de Grecia. Los poemas homéricos encuentras sus raíces en una población urbana y cosmopolita, mientras la rigidez en el arte es la expresión de un pueblo de labradores y pastores cerrados al extranjero.


Período arcaico:

En los siglos VII y VI a.C. el arte todavía corresponde a la nobleza, dueña del aparato estatal, pero amenazada en su poder político y económico por una burguesía comerciante. Es aquí cuando la aristocracia comienza a percatarse de su esencia, trazando su propio programa de vida, algo que nunca había hecho cuando gozaba de predominio. Sentía que acentuando sus características, compensaba de alguna manera la inferioridad económica que experimentaba frente a clases de menor nivel social.

El nuevo estilo artístico nace de la síntesis de Oriente y Occidente en Jonia. Comienza así el período arcaico, caracterizado por un arte ciudadano emergente, producto de un comercio floreciente y de ciudades enriquecidas por las colonizaciones. Cuando la vida campesina empieza a urbanizarse, comienza también a disolverse la rigidez de las formas geométricas. Pero es necesario aclarar que todavía no se desarrolla el arte monumental, los grandes templos y palacios deberán esperar al menos un par de siglos.

Se inicia la evolución del arte griego hacia el ideal de belleza propio del período clásico. Si bien los orígenes de su escultura se encuentran en Oriente y los contactos económicos favorecieron las influencias mutuas, el constante avance en las formas del arte griego logró distanciarlo de las representaciones rígidas y frontales propias de civilizaciones como la egipcia. Los griegos desarrollaron un lenguaje propio, definido por una permanente búsqueda de plasmar la figura humana en todo su esplendor.

El estilo jónico tiene como tema principal a la mujer. Estatuas de féminas elegantemente vestidas y peinadas, con delicadas sonrisas; decoraban los aún primitivos templos. Las formas de sus cuerpos simplemente son insinuadas bajo los vestidos, pues la aristocracia no gustaba de los desnudos, sólo lo aceptaba en el cuerpo masculino como propaganda de los juegos atléticos. Comienzan a quedar plasmados los ideales de belleza corporal y espiritual propios de la ética nobiliaria.

Las estatuas de los atletas no buscaban el parecido, eran retratos ideales que buscaban mantener el recuerdo de la victoria. El artista nunca conoció a los vencedores, muchas veces debían guiarse por la descripción realizada por un tercero. En este período es desconocida la idea del retrato tal cual nosotros lo entendemos.

Por el contrario, en el ámbito literario nuevamente comienza a ganar terreno el individualismo. Los poetas cultivan un estilo más subjetivo, con la clara intención de ser reconocidos y trascender. Ya no son los hombres que divierten con sus aventuras, sino que se convierten en educadores y verdaderos guías espirituales de la sociedad.

Aquí se encuentran los antecesores directos de los sofistas. Teoquis, Píndaro y Simónides recibían un salario por sus escritos. Claramente no estaban orgullosos de aquella situación, sin embargo, entendían que se trataba de las reglas del juego de esta nueva economía, que había llegado para quedarse. Esto permite que se separen las funciones de cantor y de poeta, transformándose en profesiones bien organizadas.

La tiranía y el lujo del “arte inútil”:

A fines del siglo VII a.C. la tiranía gana poder y constituye la transición a la democracia. Pone fin a la división de la sociedad en castas y establece límites a la explotación del pueblo. Los tiranos son ricos comerciantes, nobles, que mantienen un estilo de vida más similar al de la edad heroica. Saben de la ilegitimidad de su poder, por lo que deben aturdir a sus súbditos. Para eso transforman sus cortes en importantes centros culturales, con las mejores obras de arte y los poetas más eximios trabajando para ellos. Esquilo actúa en la corte de Hierón, mientras Anacreonte en la de Polícrates de Samos.

El arte de la época de los tiranos no tiene casi elementos religiosos, se busca la reproducción del cuerpo humano lo más perfecto posible. El arte no es un medio para alcanzar un fin, sino un fin en sí mismo Deja de ser un arma de lucha por la vida y se convierte en un puro juego de líneas y colores, en pura descripción, en puro ritmo y armonía.

Este paso de la forma práctica a la ideal se aprecia tanto en el arte, como en la ciencia y también en la moral. En esto los griegos son pioneros, ya que hasta la fecha todo arte siempre había tenido un fin, incluso la mayor parte de las formas artísticas primitivas tenía un sentido religioso. Se convierte así en una disciplina independiente de la magia y de la ciencia, transformándose en símbolo de riqueza, mano de obra superflua y de ociosidad.

Desde un punto de vista más técnico, Grecia rompe con el arte egipcio en dos aspectos fundamentales. Terminará con el estatismo, ensayando posibilidades de movimiento, y también con la frontalidad desarrollando el volumen, el cual permite que la obra sea contemplada desde todos los ángulos y puntos de vistas posibles.

El período clásico:

Se desarrolla la democracia y Pericles, elegido periódicamente estratega durante 15 años consecutivos (443 – 428 a.C.), será quien garantice su funcionamiento. La ciudad antigua de Atenas había sido destruida por los persas y Pericles no desperdició la oportunidad de llamar a artistas, arquitectos y escultores para crear una ciudad digna de un pueblo victorioso. Atenas se convierte en centro cultural y el arte comienza a expresar ideales éticos por medios estéticos, inculcando el areté (la virtud) en los individuos.

Es inevitable que la democracia no entre en conflicto con el individualismo cada vez más presente en el sentir de la población. Por un lado son aliados, ya que un sistema como el democrático da libertad de acción a los ciudadanos, pero también busca una nivelación en las clases sociales y terminar con los privilegios de nacimiento. La aristocracia se acerca a la burguesía que carece de tradición y es racionalista, pero los gobernantes siguen siendo nobles. Temístocles, Pericles y Milclíades, lo eran.

Las formas de vida de la democracia griega llegaron a ser dinámicas, libres, desvinculadas de antiguas tradiciones y prejuicios, lo que favoreció el desarrollo de un arte mundano, satisfecho de este mundo y del presente. Pero a su vez, este arte debe convivir con las antiguas fuerzas conservadoras. Así toda la historia del arte clásico se desarrolla con un predominio alternativo del estilo ideal y otro un poco más cercano al realismo propio de las clases sociales emergentes. En las esculturas del Partenón, realizadas por Policleto, es posible apreciar la síntesis de las dos tendencias.

Los artistas, en especial los poetas, no sentían simpatía por esta nueva clase social. Los grandes de los siglos V y IV a.C. como Esquilo, Heródoto, Sófocles, Platón y otros, siguen apoyando a la aristocracia. Sólo los Sofistas y Eurípides están de lado de la democracia. Esta situación retarda la llegada del naturalismo a las artes.

Aristóteles decía que las figuras del Polignoto y los caracteres de Homero “son mejores que nosotros mismos”. Es el idealismo en su máxima expresión, el arte clásico busca la representación de un mundo mejor, de una humanidad superior y perfecta.

“… los valores más sobresalientes adquieren su verdadera significación mediante la expresión artística, lo que les dará un valor permanente y la fuerza necesaria y suficiente para hacer actuar a los hombres de acuerdo a su ideales.” [5]

El artista griego busca la expresión, entendida como la exteriorización de los sentimientos. Pero se trata también de una expresividad idealizada, donde sólo cabe la belleza física y espiritual. Será recién en la época helenística donde se rompa con este modelo, para plasmar los sentimientos de forma realista y menos idealizada.

La transición hacia las formas más realistas se puede apreciar en el Discóbolo de Mirón. Esta escultura, de la cual sólo conocemos copias, busca retener la fugacidad del momento, el instante inmediatamente anterior al lanzamiento del disco. En ella aún no se logra la plenitud anatómica de otras esculturas, pero sí está a sólo un paso de la perfección.

Es importante señalar que el arte sigue siendo considerado pura habilidad manual, a pesar del importante significado de las obras para las ciudades victoriosas deseosas de exhibir con orgullo su poder. El artista sigue siendo mal pagado, lleva una vida libre de nómade y se mantiene como extranjero y sin derechos en la ciudad que le da trabajo. Bernhard Schweitzer explica la falta de cambio en la posición social del artista plástico por las condiciones económicas imperantes. El Estado es el gran consumidor de arte y prácticamente no tiene rival, hay un monopolio frente al cual ningún particular puede competir.

Se hace imposible hablar del período clásico y no mencionar el teatro, que encuentra sus orígenes en una de las tantas pillerías de Zeus. De una de sus infidelidades nace Dionisio y con él la fiesta de la vendimia, que constituye el primer acercamiento a lo después conocido como tragedia.

La tragedia es la creación artística más representativa de la democracia ateniense, la cual deja plasmada los antagonismos existentes en la estructura social. Los escritos de Esquilo, Sófocles y Eurípides son las primeras nociones del teatro occidental de las cuales se tiene data.

El hecho de que se represente ante un público es democrático, pero su contenido es aristocrático (leyenda heroica). A pesar de que las fiestas solemnes de la democracia ateniense eran gratis y abiertas a todos, no se puede considerar este teatro como eminentemente popular, ya que de alguna manera tenía una función educativa. El teatro no sólo busca entretener, también es un elemento de propaganda política y en el período clásico se alejará del culto dionisiaco, de lo mítico y de lo inconsciente, para acercarse a lo racional y al sentimiento de nacionalismo.

Es tanta la importancia de este arte durante este período, que numerosos autores atribuyen la muerte de Sócrates a Aristófanes, creador de una comedia que lo ridiculizó cruelmente.

El verdadero teatro popular es el del mimo, que presenta temas de la vida cotidiana. Procedía del pueblo y sólo buscaba entretener. Sus creaciones se han perdido por completo, si las conociéramos de seguro tendríamos otra concepción de la literatura griega.

La etapa clásica tardía:

De apoco comienza a ganar terreno lo individual, lo subjetivo y lo naturalista. La otra cara de la moneda la representa Platón quien, en el siglo IV a.C., presenta su teoría sobre el mundo de las ideas, en la Alegoría de la Caverna. Este texto no es otra cosa que una reacción al relativismo y realismo cada vez más instaurados en lo artístico.

“Platón rechaza la tendencia ilusionista en el arte, siente predilección por el clasicismo de Pericles, admira el arte griego gobernado por leyes aparentemente inamovibles. Ataca la novedad y se opone a todo lo nuevo pues ve ahí la decadencia y la anarquía”.[6]

Este siglo es una época de guerras y derrotas, de prosperidad económica y de la consolidación de las nuevas clases que comienzan a invertir en arte. El arte es sobreestimado y la sobriedad es dejada de lado, en pos de un estilo más extravagante y recargado. Los cercanos a la aristocracia, como Platón, rechazan esta sobre valoración de lo estético. Es la primera revolución iconoclasta (enemistad con el arte) de la cual se tiene registro, sin embargo no llegó a ser tan radical como veremos más tarde en pleno imperio bizantino.

El cambio de gusto en estas nuevas clases, hace que aparezcan nuevos temas: retratos, biografía, desnudo femenino, gusto por lo dioses más juveniles e impulsivos como Apolo, Afrodita y Artemisa. En el retrato aparece la perspectiva y la tridimencionalidad. La escultura se separa de la arquitectura, durante este siglo no se construyen templos, pero sí se realizan muchas obras de menor tamaño.

Praxíteles y Lisipo sustituyen el ideal viril de Policleto, subrayando el valor de lo incompleto y de lo momentáneo. Esto obliga al espectador a cambiar constantemente de punto de vista y dar la vuelta a toda la figura. Ambos abandonan la seriedad y el equilibrio de la época de Pericles, para dar paso a una barroquización de las formas. Incluso Lisipo va más allá rompiendo con el canon de Policleto, creando figuras alargadas y esbeltas en las que la cabeza cabe ocho y ya no siete veces en el cuerpo humano.

Este relativismo del cual ya hicimos mención también tiene que ver con los sofistas, que como misión buscan formar ciudadanos conscientes, juiciosos y elocuentes. Son los llamados a educar a las nuevas generaciones en la dirección política. Con ellos comienza la historia del racionalismo occidental, la crítica a los dogmas, mitos y tradiciones. Los sofistas descubren la relatividad de la verdad y de la falsedad, de los justo y de los injusto, de lo bueno y de lo malo.

Eurípides es el representante de esta tendencia en el teatro. Esquilo y Sófocles, en cambio, creían en la justicia del destino, mientras Eurípides pensaba que todo podía pasar. Además de literato, es filósofo, demócrata y amigo del pueblo. Al igual que los sofistas es un desarraigado social, sus mensajes no iban a la aristocracia, pero al cobrar por sus servicios el pueblo tampoco podía pagar. En su obra cumbre, Medea se pude apreciar cómo el autor toma partido por el que se revela en contra del poder existente. Por otra parte, Eurípides se niega a desempeñar una papel en la vida pública, mientras que Esquilo era soldado y Sófocles sacerdote. Quizás todo esto influyó en su escaso éxito. “… fue quizás el primer poeta desgraciado, a quien su poesía lo hizo sufrir”.[7]

Período helenístico:

Durante los años que siguen a Alejandro Magno, el foco de atención se traslada a Grecia oriental. Por primera vez se gesta una cultura mixta de verdad, que le da a la época helenística su carácter moderno.

El racionalismo adquiere validez en todos los campos. Se gesta una gran comunidad de literatos, artistas y sabios de mundo. Se crean instituciones de investigación, museos y bibliotecas. El Estado helenístico emplea y manda de un sitio para otro a sus funcionarios, fomentando esa existencia más libre y desarraigada que ya había sido experimentada por los sofistas.

En arte todos los estímulos son aceptados. Hay gusto por la producción de todas las épocas de Grecia y comienzan a realizarse colecciones de manera sistemática, incluso se hacen copias cuando faltan las originales. Estas colecciones son las precursoras de los museos y galerías de arte. En las cortes de los príncipes el estilo imperante es el barroco, mientras que los nuevos clientes burgueses piden representaciones naturalistas, más fieles a la realidad.

El hombre que hasta ese tiempo era objeto casi exclusivo de representación artística cede paso a otros temas del mundo objetivo como el bodegón o naturaliza muerta.

En la escultura se manifiesta un gusto por los cuerpos retorcidos, dejando atrás la serenidad en las formas fidíacas. Se comienza a individualizar al retratado, práctica que se extenderá con mucha más fuerza durante el imperio romano. La diosa del amor Venus, consume gran parte de la inspiración artística, destacando la hermosa Venus de Milo, la cual demuestra todavía el gusto por la anatomía y la insistencia en la delimitación de los músculos.

A finales de este período, comienza a vislumbrarse la preferencia por temas que habrían sido considerados indignos durante la época clásica. La vejes, lo feo, la niñez y el gusto por la acción y gestos del ser humano se instalan en la artes de Grecia, para dar paso de manera gradual y no traumática al realismo y utilitarismo, características del Imperio Romano.

La llegada del imperio y el fin de la época clásica:

El arte romano parte del antecedente griego, no desde la conquista del egeo en el siglo II a.C. sino desde mucho antes. No obstante, el fenómeno se intensifica cuando se conquistan los reinos helenísticos, lo cual no tuvo demasiada aceptación en la población del naciente imperio, ya que muchos vieron este proceso como una humillación que anulaba la inclinación del romano a su propia cultura.

El barroco helenístico llegó a un punto muerto, donde no se hacía más que repetir gastadas fórmulas. Así Roma crea bajo los césares, al mismo tiempo que la administración unitaria del imperio, su arte imperial.

Su antecesor, el arte etrusco, también presenta elementos del arte griego, aunque hay quienes piensan que es un estilo absolutamente original. Es una arte sencillo, que no persigue una valoración absoluta de la belleza. También es bastante cotidiano pues en él la línea prevalece sobre el volumen y el dibujo sobre el color.

Durante el gobierno de Augusto, la influencia griega todavía se deja sentir con fuerza, en especial en la escultura. Al igual que lo hizo Pericles, se rodea de escritores, entre ellos Virgilio, y de arquitectos que construyen la grandeza y esplendor del Imperio.

Roma aprovechó los modelos escultores de la época clásica y helenística. La admiración de las clases aristocráticas por el arte griego y el hecho de que la mayor parte de escultores que trabajaban en Roma eran de origen griego, generó una corriente de mimetismo con Grecia. Incluso gracias a las copias y reproducciones realizadas en este período podemos conocer grandes obras de la Grecia antigua, que de otro modo se habrían perdido.

El retrato imperial romano es una de las principales formas de arte oficial. Casi siempre esculpido, corresponde a la imagen que el soberano quiere dar de sí mismo. En esta disciplina también es posible diferenciar etapas que tienen que ver con la mayor o menor realidad dada a las obras.

En la época republicana el retrato se realizaba hasta el cuello, con posterioridad fue ampliado hasta el busto. Se retratan personajes tanto públicos como privados. Son rostros enérgicos y fuertes con una cierta idealización. En la época imperial, el retrato de emperadores presenta una mayor idealización, como manera de reconocer los méritos de cada uno. Sin embargo, se siguen respetando sus rasgos individuales y el carácter del retratado. Ya en el bajo imperio (hasta el siglo V) la escultura se aleja del clasicismo, la expresión del rostro se hace más intensa, pero se acentúa la simplicidad y el hieratismo, volviendo un poco a las cualidades desarrolladas en el arte griego arcaico.

La pintura es el arte popular por excelencia. Ésta se dirige a las masas, pues habla el lenguaje de todos, representando temas más triviales e efímeros. Se representan hazañas, ciudades vencidas, incluso delitos y coartadas ocurridas en los juicios, hay un marcado carácter práctico en ellas. El fresco, pintura con pigmentos de color extendidos sobre un muro de cal y arena fresca, será una técnica cada vez más extendida en el imperio.

La columna de Trajano muestra el gusto por la anécdota, en este caso representada a través del relieve esculpido. Surge el estilo épico en las artes figurativas, que luego tomará especial fuerza durante la era cristiana.

Tanto en la época de la República como del Imperio siguen estando vigentes las mismas opiniones sobre el trabajo manual que en la Grecia clásica. El pueblo de campesinos que dominará Roma en los siglos III y II a.C. no es, a pesar de su familiaridad con el trabajo, muy favorable al arte y al artista. Sólo la pintura se extiende entre los círculos de la nobleza. Nerón, Adriano y Marco Aurelio pintaban, por lo que era una actividad considerada honorable siempre y cuando no se cobrara dinero alguno.

La escultura, debido a la fatiga que implica, continúa siendo considerada como una ocupación no noble. Plutarco diría: “Ningún joven de buen natural deseará, al contemplar la Hera de Argos o el Zeus de Olimpia, ser Fidias o Policleto.” [8]

A pesar de las variaciones entre la cultura griega y la romana, hay algo que se mantuvo a lo largo de todo el período clásico; el prestigio que daba el ocio ostentoso.


Las diferencias entre el arte griego y romano.

En las bases de las artes griegas y romanas hay temperamentos diferentes; el del esteticismo heleno y del pragmatismo romano.

Una de las grandes creaciones de Roma fue el derecho romano. ¿Se puede vivir sin normas? Entre las numerosas culturas que conforman el imperio se necesita un diálogo abierto y franco. Lograr la convivencia de personas favoreció un arte realista que plasmara mejor las diferencias y no las similitudes.

Es en el retrato donde la escultura romana se diferencia claramente de la griega y adquiere rasgos propios. Para los romanos la escultura y, dentro de ella el retrato, representa la expresión máxima del realismo. La misión del escultor romano no es crear formas que representan la belleza ideal, sino reproducir la naturaleza, la realidad. Frente a la abstracción de tipos idealmente bellos y perfectos, los escultores romanos esculpen personajes concretos y exactos, aceptando la naturaleza y las imperfecciones presentes.

Este hecho, trae consigo otra diferencia importante. Muchos de los clientes son familias, por lo que las obras están concebidas para el ámbito privado, y no necesariamente para el público como en Grecia, donde el gran consumidor de arte siempre fue el Estado.

El sentido realista de la plástica romana tiene sus orígenes en la fidelidad de los etruscos en los retratos funerarios (se ponían mascarillas de cera en el rostro del difunto), también en el sentido práctico del pueblo romano, el gusto por la historia y por dejar memoria de lo acontecido y, por supuesto, por su respeto a la diversidad. Todo esto llevó a Roma a representar las cosas como son y no como desearían que fueran.

En cuanto a la temática, en Grecia y Oriente las artes plásticas carecen de acción, nada épicas y para nada dramáticas, las del arte romano y cristiano son ilustrativas, dotadas de movimientos cinematográficos. El arte oriental antiguo y el griego consisten en figuras esenciales e individuales, en cambio, el arte romano es pintura histórica.

Desde esta perspectiva Gotthold E. Lessing llama al arte griego “momento pregnante”, el cual consiste en una acción sostenida en el tiempo, pero cargada de movimiento; el Discóbolo de Mirón es un buen ejemplo de esto. Franz Wickoff lo denomina como “aislante”, mientras que al arte romano tardío y cristiano medieval como un “continuo”. El continuo brota de una intención artística épica, ilustrativa y cinematográfica. Se busca relatar una historia mediante la repetición de la figura inicial en cada fase, equivalente a lo que hoy conocemos como animación cuadro a cuadro.

Con respecto a la arquitectura, Roma toma elementos esenciales del arte clásico, pero en muchos aspectos es radicalmente opuesta. Grecia valoraba el espacio externo, mientras que Roma valora el interno, en el cual la persona se siente inmerso. Sólo ahí el hombre puede fundirse con lo útil y práctico.

Esto los llevó a desarrollar la idea de urbanismo y desplegar toda su capacidad práctica en las obras de ingeniería. Debían hacer frente al problema del crecimiento de la población, impresionar al resto del mundo y favorecer el proceso de colonización. Destacan los puentes, las vías y acueductos. La basílica es el gran edificio romano, creado para cumplir funciones múltiples de diversión, administración pública y de justicia.

Pero hay algo que se mantiene más o menos inalterable durante todo el arte de la antigüedad clásica; el poeta es considerado especial, mientras que el artista plástico es despreciado. El escultor y pintor muestran el cansancio y el agobio en sus ropas y cuerpos, además cobran dinero y no lo ocultan. El trabajo menudo, paciente y agotador que realizan es considerado símbolo de debilidad. Pero las obras son altamente apreciadas como símbolos de religión y propaganda, esto determina que se separa la obra de su autor, honrando el producto en detrimento de su creador.


El arte primitivo cristiano.


En los primeros siglos de la era cristiana, la vida en el imperio se mantuvo casi inalterada, las mismas instituciones, la misma organización en el trabajo y las mismas fuentes y métodos de educación. Debido a esto el arte también cambia lentamente. Éste se vale de las herramientas conocidas en el período clásico, pues no tenía otras. El arte paleocristiano no cambia las formas artísticas, sino la función social de éstas. Se busca transmitir los nuevos valores e ideales de vida a quien quiera conocerlos.

“El cristianismo dio muy pronto respuesta a las preguntas que el mundo se hacía angustiado, pero para dar forma artística a estas respuestas hubieron de trabajar muchas generaciones.” [9]

El arte cristiano primitivo de los primeros siglos es sólo una forma más evolucionada del arte romano tardío, que desarrolla el impresionismo en la pintura. Este estilo termina definitivamente con el arte antiguo al hacer figuras más ligeras, aéreas, planas, perdiendo su peso corpóreo, solidez y consistencia física. Durante la época Constantina ya hay una tendencia a la espiritualización y abstracción, se vuelve a la frontalidad oriental, solemnidad y jerarquía. Esto lo encontramos en las pinturas de las catacumbas, mosaicos bizantinos y manuscritos.

Pintar en las Catacumbas no era tarea fácil, la poca luz y el apuro llevó a estos pintores plasmar imágenes espontáneas, que parecen a renunciar a todo lo material. Son obras de artesanos, aficionados o pintores de brocha gorda, con más sentimiento que técnica. Aquí se produce un salto del impresionismo al expresionismo, que muestra una técnica más tosca, expresando la angustia y temor de los cristianos perseguidos. Esta tosquedad no es intencional, sino circunstancial, pues se renunciará a ella después del Edicto de Tolerancia, cuando se convierte en el arte oficial de la corte y de los círculos elegantes.

El sentido educador del arte cristiano, permite que se tome el elemento épico – ilustrativo propio del antiguo imperio. Los relieves, mosaicos y pinturas primitivas pretenden ser relatos en imágenes de historias bíblicas. Historias extraordinarias, de hombres extraordinarios que realizan grandes hazañas; Daniel y Jonás son los favoritos. Como novedad, éste es el único arte que ha representado a Jesús como niño, sin barba, mostrando la belleza propia de la inocencia. Escultores de monumentos imperiales, fieles al estilo naturalista, ilustraban escenas bíblicas en los sarcófagos cristianos.

Los concilios de Nicea (325), Constantinopla (381), Efeso (431) y Calcedonia (451), establecen la naturaleza divina de Jesús, del Espíritu Santo y de la Virgen. Estas manifestaciones constituirán la temática del arte cristiano desde las catacumbas hasta las últimas pinturas de Dalí.


Arte bizantino y románico.

Oriente griego no experimentó durante la invasión de los bárbaros la ruina de su cultura como sucedió en Occidente. La población de Constantinopla sobrepasa en el siglo V el millón de habitantes y su riqueza y esplendor era propio de un reino de hadas. Bizancio es una ciudad cosmopolita, centro industrial y del comercio internacional.

La forma de gobierno del Imperio Bizantino es el Cesaropapismo, concentración del poder temporal y espiritual en manos de un autócrata. El emperador tiene supremacía sobre la Iglesia, ya que ellos gobernaban por gracia de Dios. No se consideraban de ascendencia divina, pero sí como los representantes de Dios en la tierra, ésta es una diferencia fundamental con los imperios de Occidente en los que los emperadores eran soberanos temporales, para los que la Iglesia era continuamente un rival.

Las historias extraordinarias sobre un hombre, hijo de Dios, que muere y resucita causaron conmoción tanto en Grecia como en Roma. Cada pueblo, según sus propias características, encontrará la manera más adecuada de ilustrar este complejo tema.

Jesús es luz, por lo que representar la luminosidad en el arte será un desafío tanto para los romanos, como para los griegos cristianos. El arte románico, más familiarizado con la pintura, sintieron la necesidad de representar la luz a través de pigmentos más claros, los griegos en cambio utilizaron la técnica del mosaico que conocían bien. Así el arte bizantino tapiza las murallas con mosaicos, dando la sensación de la ausencia total de paredes. El oro será un elemento más utilizado en los íconos, imágenes de Cristo, de la Virgen o de los Santos, adornados también con piedras preciosas.

“La luz y los resplandecientes rayos de sol llenan el templo. Se diría que el espacio no está alumbrado desde el exterior por el sol, sino que el foco luminoso se encuentra en el interior (…) Dada la ligereza de la construcción, la cúpula no parece apoyarse en una construcción sólida, sino cubrir el espacio de una esfera de oro suspendida en el cielo (…) Los destellos de la luz impiden al espectador detener su mirada en los detalles.” [10]

El arte cristiano bizantino debe su desarrollo a la autoridad absoluta de la Iglesia, ya que el objetivo de ambos era el mismo: expresión de la grandeza sobrehumana del misterio de Cristo. Se busca una actitud de respeto y reverencia, por lo que se representan figuras frontalmente, mediante el cual la figura alcanza un carácter de imagen ceremonial.

“En el arte bizantino Cristo es representado como rey, María como reina, ambos sentados sobre sus tronos, llenos de reserva, inexpresivos, distantes. La larga comitiva de apóstoles y santos se aproxima a ellos con ritmos lentos y solemnes. Los ángeles asisten y forman procesiones estrictamente ordenadas. Un ritual que prohíbe a la figuras moverse libremente, salirse de las filas uniformes e incluso mirar a un lado.” [11]

“La producción artística bizantina en consonancia con la Grecia clásica repitió modelos que consideraba respetuosos, alejando en exceso a la persona real de Dios, a su carne y a sus huesos. La difusión de este lenguaje helénico en la península itálica encontró resistencia por parte de una población también cristiana, pero ya habituada al realismo romano.” [12]

La Iglesia griega cristiana sigue fiel a los prototipos fijados hace 1.500 años, ya que para ellos constituyen la mejor manera de transmitir el mensaje evangélico completo sin deformaciones.

Esto nos demuestra que habiendo una base común en el arte de las ciudades del mediterráneo se produce un quiebre que dura hasta hoy. Los griegos se sintieron atraídos por la naturaleza mística de Jesús, mientras que los romanos querían representar su naturaleza humana.

Las diferencias también se hacen evidentes en la arquitectura. La arquitectura bizantina desarrolla el concepto de basílica cristiana, pero introduciendo la cúpula en su diseño. La catedral de San Marcos de Venecia y Santa Sofía en Estambul son un buen ejemplo construcciones cien por ciento bizantinas. El estilo románico en cambio es más sencillo, utiliza técnicas de construcción conocidas como el ladrillo y el mármol, y busca la solidez y sobriedad del edificio.

La revolución iconoclasta:

Al hablar de arte bizantino, es absolutamente necesario referirse al movimiento iconoclasta, el cual nace como una tendencia subterránea de poca importancia, para cada vez tomar más fuerza durante el siglo VIII, justo antes de la conformación de Occidente.

Se había instalado la idea en los círculos ilustrados, que había que combatir las imágenes de culto. La variedad de temas representados, primero por el arte paleocristiano y luego por el bizantino, hacía pensar a muchos que se tratada de adoraciones idolátricas. Por otra parte, se rechaza también el exagerado gusto por la estética desarrollado por los griegos.

Asterio de Amasia, un obispo de la época, señaló claramente: “No copies a Cristo, ya que le basta con la humillación de la encarnación a la cual se sometió voluntariamente por nosotros, antes bien, lleva en su alma espiritual el verbo incorpóreo”.

Los factores que favorecieron este movimiento son variados, aunque unos más determinantes que otros:
- En Bizancio rondaba la idea que las derrotas en las guerras se debía a la idolatría de imágenes. Las victorias militares de los árabes, que carecían de imágenes en su religión, llevó a pensar que la causa de su éxito obedecía a ese factor.
- Al emperador León III no sólo le interesaba la lucha contra la idolatría, sino que perseguía la atención de los círculos distinguidos e ilustrados. En estos círculos se había gestado esta idea reformista de rechazar no sólo las imágenes icónicas, sino que también los sacramentos considerados como rituales paganos.
- Sin duda, el motivo más importante de esta revolución es la lucha de los emperadores y sus partidarios contra el creciente aumento de poder del monacato. La influencia de los monjes en la población es cada vez mayor y favorecían el culto a los santos y la veneración de las reliquias, además eran los principales terratenientes y no pagaban tributos. Privaban de fuerzas juveniles al ejército, por lo que el prohibir el culto a las imágenes significaba arrebatarle su más eficaz medio de propaganda.

Con León III no se persiguieron a los monjes, pero sí se les hirió en lo más profundo prohibiendo sus imágenes, ante todo ilustrativas. “Si el emperador quiere hacer triunfar sus ambiciones totalitarias debía, ante todo, destruir esta atmósfera mágica y vaporosa.” [13]

Más adelante, el movimiento conservador no provendrá de las cortes, sino de los monasterios, es decir, de los mismos lugares de dónde antes habían salido las ideas más liberales y popular. Antes, el arte áulico se esforzaba por observar un canon fijo, unitario, intangible, años después esto lo hará el arte monacal.


Rávena; donde confluyen ambos estilos.

Será la ciudad de Rávena, en la costa adriática italiana, el centro cultural predominante durante el período del paleocristiano y primeros años del bizantino.

Es en este lugar donde se puede apreciar la perfecta conjunción de estilos tan disímiles entre sí como el bizantino y el románico. Ambos se funden para demostrar que de dos opuestos sí pueden resultar creaciones magníficas.

Como un primer acercamiento, es posible afirmar que las construcciones de las iglesias siguen netamente el estilo románico, sobrio y austero. Pero en su interior, el despliegue de mosaicos evoca el lujo y la elegancia propia de Oriente.

La temática es fundamentalmente religiosa, pero no se descuida el aspecto propagandístico del poder, por lo que es posible apreciar figuras de gran relevancia como el emperador Justiniano y su esposa Teodora, rodeados de sus respectivos séquitos. En el caso de personajes públicos, la representación es mucho más naturalista y fiel a la realidad, pero cuando se trata de ilustrar las figuras religiosas se vuelve al idealismo de lo sublime, alejado de lo terrenal.

San Apolinar Nuevo, San Apolinar in Classe, San Vital, los baptisterios y el mausoleo de Gala Placidia constituyen los centros religiosos y culturales de los siglos VI y VII.

Quién pensaría que en una ciudad de no más de 653 km2 y con una población de alrededor 150 mil habitantes, se encontraría la síntesis perfecta de 3000 años arte clásico. Las magníficas construcciones anteriormente señaladas, así lo demuestran.

Soledad Acuña Arrieta.


Bibliografía utilizada:

BANGO, I. y BORRAS, G.M. “Arte bizantino y arte del Islam” en Conocer el Arte, historia 16, volumen 3, Madrid, 1996.

DI GIROLAMO, Vittorio. “Giotto: Mutó del arte griego al cristiano” en Humanitas número 6, Pontificia Universidad Católica de Chile, abril – junio, 1997.

GROMBRICH, Ernst Hans. “La historia del arte”. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999.

GROMBRICH, Ernst Hans. “Arte e ilusión: estudio sobre la psicología de la representación pictórica”. Barcelona, Editorial Debate, 1998.

HAUSER, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Barcelona, Editorial Debate, 2003.

SCHRÖDER, José Enrique. “La educación en la historia (fragmentos articulados)”. Santiago, Facultad de Humanidades, Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de las Américas, 2006.



[1] Citado en Schröder, José Enrique. “La Educación en la Historia”. Santiago; Facultad de Humanidades, Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de las Américas, 2006, pág. 99.
[2] “La ciudad y el mundo”.
[3] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 81.
[4] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 87.
[5] Schröder, José Enrique. “La Educación en la Historia, Santiago”. Facultad de Humanidades, Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de las Américas, 2006, pág. 51.
[6] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 125.
[7] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 123.
[8] Citado en Hauser, Arnold,. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 149.
[9] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 154.
[10] Bango, I. y Borras, G.M., Arte bizantino y arte del Islam, en Conocer el Arte, historia 16, volumen 3, Madrid, 1996, pag. 16.
[11] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003,
pág. 167.
[12] Di Girolamo, Vittorio. “ Giotto: Mutó del arte griego al latino”, en Humanitas nr. 6, Pontifica Universidad Católica de Chile, Santiago, abril – junio, 1997.
[13] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003,
pág. 175.

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