lunes, 25 de agosto de 2008

La anamorfis crónica


















No deja de sorprenderme la obsesión de Dalí con la pintura el Angelus de Jean Francois Millet (1857 - 59). Si revisamos la prolífera obra del pintor catalán nos daremos cuenta que cita este cuadro en innumerables oportunidades (las imágenes aquí publicadas dan cuenta de eso). Probablemente la imagen de dos campesinos rezando la oración del Angelus debe haberle robado más de una noche de sueño, no por nada se dio el tiempo de escribir un texto titulado "El mito trágico del Angelus de Millet" en medio de la evacuación de la ciudad de Arcachon (Francia) por la ocupación nazi.

Había algo en esa pintura que lo inquietaba más de la cuenta. Por esto logró que la tela se sometiera a estudios de rayos X y se dio cuenta de que detrás de esta inocente pintura, apetecida por todos los burgueses de la época, había un pequeño ataúd entre los personajes. Al parecer Millet habría querido primero pintar la muerte de un niño... un escena desoladora... pues sólo sus padres están ahí para despedirlo. Sin duda, una crítica a la deshumanización de los procesos productivos que en ese tiempo se imponían con fuerza en el campo. Me atrevo a afirmar que la misma motivación que llevó a Millet a pintar esa escena, fue la que lo hizo cambiar de opinión y optar por una escena cotidiana, fiel a lo aprendido en la escuela naturalista de Barbizon.

La intuición de Dalí, la cual pudo corroborar con esa radiografía, lo llevó a desarrollar su método de la crítica - paranoica, con la cual establece que es posible saber y conocer sin la necesidad de recurrir a la razón.

Sabrían los grandes coleccionistas de arte del mensaje oculto en el cuadro de Millet??






viernes, 22 de agosto de 2008

La fantasía en la obra de J.R.R. Tolkien



El mito y la renovación como elementos esenciales de la subcreación.

J.R.R. Tolkien siempre fue enfático en señalar que él nunca inventó nada, que simplemente fue un buen descubridor, que a pesar de haber sido capaz de concebir todo un mundo paralelo con una cosmogonía y una historia propia, poblada de diferentes especies con lenguas diversas; él tenía la clara sensación de que registraba algo que perpetuamente ha existido. Efectivamente, su fantástica Tierra Media tiene mucho del mundo real, no sería posible explicar el éxito arrollador de 50 millones de copias vendidas (específicamente de “El Señor de los Anillos”) si no hubiera en esa historia algo con lo cual identificarse. La mitología desde los pueblos del norte hasta el mediterráneo, la naturaleza desbordante de la campiña inglesa, la compleja historia de Europa durante la primera mitad del siglo XX y sus creencias como católico, se encuentran contenidas en su prolífera obra.

Tolkien habla de temas que son eternos y que no tienen tiempo. Sus historias apuntan a la esencia y a los orígenes del mundo, las cuales son inherentes a todos los hombres, sea cual sea su cultura. Se propuso crear una mitología para Inglaterra que diera respuesta a las preguntas esenciales, que cualquier sociedad se hace, y de alguna manera lo logró. Para eso se hizo valer de los ingredientes que ardían durante siglos en la “Gran Marmita”, como él llama a esta enorme acumulación de conocimientos y experiencias, un equivalente a la memoria colectiva de la cual habla Jung algunos años antes. Sus diversas historias como “El Hobbit”, escrita para sus hijos; el Silmarillion, que nunca pudo terminar del todo y “El Señor de los Anillos”, que le llevó alrededor de 14 años de su extensa vida, dan cuenta de esta realidad. En ellas es posible reconocer aspectos comunes a todos, los cuales pueden ser interpretados de manera diferente según el contexto individual de cada uno. Esto tiene relación con la férrea oposición de Tolkien de catalogar su obra como una simple alegoría, tema que desarrollaré detalladamente un poco más adelante.

En todo este proceso el hecho de que Tolkien fuera católico cobra una importancia fundamental[1]. El negarse a afirmar que ha creado algo nuevo, tiene relación con que para él sólo puede existir un creador que es Dios. Frente a esto, él sólo puede ser un subcreador, alguien que concibe un mundo secundario apoyado en la realidad que todos conocemos. El arte subcreativo tiene como cualidad esencial la sorpresa y el asombro que derivan de la imagen, otorgando a las criaturas de ficción la consistencia interna de la realidad, un hecho sumamente importante, ya que sólo así este nuevo mundo puede ser comprendido y reconocible. En su ensayo “Sobre los cuentos de hadas”, Tolkien lo expresa claramente: “El arte es el eslabón operacional entre la imaginación y el resultado final de la suCbreación”.

Como buen filólogo y estudioso de lenguas antiguas, Tolkien cree firmemente que el lenguaje es la mejor arma para crear estos mundos paralelos. Son las palabras las que permiten al hombre abstraer y generalizar, lo que a su vez le da la facultad de ser mágico, entendiendo la magia como un arte y no una técnica. Con el poder del adjetivo el hombre da inicio a la fantasía, puede concebir lunas azules y árboles de plata, es decir, cualquiera puede ser subcreador.

Las reflexiones de Tolkien sobre la tarea creativa son menos conocidas que sus historias escatológicas sobre La Tierra Media. Ésta es la razón por la cual el tema a tratar en el siguiente ensayo dice relación sobre este aspecto importantísimo de la obra del escritor inglés. En sus reflexiones “Sobre los cuentos de hadas” y en “Beowulf: los monstruos y los críticos” desarrolla este tema en profundidad. Basándome en los escritos mencionados (principalmente en el primero, contenido en su libro “Árbol y hoja”) intentaré desentrañar el proceso de subcreación inmerso en uno de los libros más importantes del siglo XX. Claramente sería imposible desarrollar este tópico analizando la obra completa de Tolkien, pues eso probablemente daría para escribir un libro completo, simplemente pretendo hacer sólo un acercamiento a este tema, planteando algunas interrogantes e intentando dar respuesta a otras.

La fantasía, de la manera como el propio Tolkien la entiende, será el punto de partida de este análisis, lo que nos permitirá adentrarnos en su mundo secundario intentando comprender cómo éste fue subcreado. La mitología y las sagas de los pueblos nórdicos no pueden dejarse de lado, es aquí donde el escritor encuentra su inspiración, al igual que en su amor por la naturaleza inculcado por su padre. Su manera renovada de ver la cosas cotidianas permite explicar un elemento esencial de este proceso subcreativo, me refiero a la sencillez presente de manera muy clara en su cuento “Hoja de Niggle”, escrito en 1939 en una pausa luego de la redacción de los primeros nueve capítulos de “La Comunidad del Anillo.” Por último, una pasada por La Tierra Media y su relación con el tiempo en la cual fue creada, será un buen ejemplo para relacionar el mundo secundario de Tolkien con su mundo primario. Estos serían, a grandes rasgos, los principales componentes de la magnífica obra de Tolkien que me propongo a analizar a continuación, teniendo muy en cuenta que esta acción va absolutamente en contra del espíritu del propio escritor, quien fue bastante enfático en señalar que no es necesario conocer los ingredientes de una sopa, para poder disfrutar de ella.

La reivindicación de la fantasía y el poder de la palabra.

No cabe duda que El Señor de los Anillos es un libro admirado por muchos, sin embargo, luego de su publicación en 1955 los detractores no tardaron en aparecer. Tolkien tuvo que escuchar durante mucho tiempo algunos críticos que acusaban a su novela de fantasiosa y escapista. De alguna manera era inconcebible que alguien estuviera pensando en historias de caballeros y orcos, mientras Europa misma se había convertido en un campo de batalla[2]. La respuesta de Tolkien a estas afirmaciones no se hizo esperar, es así como en su ensayo “Sobre los cuentos de hadas” ser refiere al tema de la fantasía y las ansias de escapar las cuales, como dice, no tienen nada de malo, pero deben ser bien entendidas.

La naturaleza y lo que conocemos, sean historias, leyendas o cuentos, constituyen el punto de partida de toda subcreación. Si bien, define fantasía como la capacidad de formar imágenes que no están en el presente, es necesario partir de un referente real. El subcreador construye así un mundo secundario, dentro del cual se relata una verdad, que está en consonancia con las leyes de ese mundo. Así, la fantasía más importante es la que logra liberarse de la esclavitud del hecho observado, es decir, cuando logramos imágenes de cosas que no encontramos en nuestro mundo primario. Para Tolkien esto constituía una virtud y no un defecto, pues lograr la consistencia interna de un mundo totalmente ajeno a la realidad es una tarea muy difícil, que no puede ser mirada en menos. Es aquí cuando la fantasía se convierte en la expresión más elevada de arte. Los que critican lo fantástico es cuando ésta se ha usado con ligereza, como un simple decorado, algo que está muy distante a lo que Tolkien quería lograr son sus historias.

Cuando se logra la consistencia en el mundo secundario se produce esa voluntaria suspensión de la incredulidad, la cual siempre es atribuida a los niños, afirmación que Tolkien pone en duda pues ésta no depende de la edad, sino de que tan bien el subcreador hace uso del poder de encantamiento que tienen las palabras. Puede que Gandalf no exista, pero de alguna manera lo percibimos como real debido a que posee una historia coherente que informa su presente de manera lógica. Las culturas creadas por Tolkien tienen sentido por su historia interna, determinada por la elaboración de diversos idiomas y la explicación de su propio proceso evolutivo contenidos principalmente en el Silmarillion. Esto es precisamente lo que pasa con su primer libro “El hobbit”, donde la narración se desarrolla sólo una vez que la etimología de esa palabra evoca toda una historia que hace coherente al personaje de Bilbo Bolsón. Una noche, en medio de varios exámenes que debía corregir, Tolkien escribe: “En un agujero en la tierra vivía un hobbit” y se propone crear toda una historia a partir de ese especial término. Éste es el carácter mágico de las palabras, el cual hace posible la subcreación de un mundo fantasioso, no falso ni ficticio, sino que totalmente creíble. Nuestra capacidad de comprender la realidad está íntimamente ligada al lenguaje, pues éste nos permite dar forma al mundo que tenemos delante y, a través, de sus palabras comprenderlo.

Las destrezas lingüísticas que Tolkien adquiere durante su vida, le permiten descubrir este poder a una edad temprana. Desde pequeño jugaba con sus primas a crear idiomas, el animalístico, en el cual se reemplazan las palabras convencionales por nombre de animales, sería el primero de muchos. Como estudiante y luego profesor de filología en Oxford, aprende a leer literatura fundacional en lenguas tan diversas como el finlandés, el griego y el latín. Éstas sólo serán la base para la cantidad de lenguajes que desarrollará en “El Señor de los Anillos”. Nuevamente toma lo conocido y lo ya existente, para su magnífica subcreación. Así el casi desaparecido Naffarin estaría inspirado en el latín y el español, pero de a poco evoluciona hacia el gótico. El Qenya, idioma de los elfos, responde a una mezcla entre el latín y el finés. El Sindarín, hablado por los elfos de la noche; el Oestron, lengua de los habitantes de Númenor; el Entico, idioma de los pastores de árboles y el Iglishmek, lenguaje secreto de los enanos, representan sólo algunas de las de las complejas lenguas construidas por Tolkien, que sin duda dan esa consistencia y coherencia necesarias a los habitantes de La Tierra Media. A este proceso de creación lingüística literaria Tolkien lo llamó subcreación, pues su mundo nuevo nace a partir de la palabra, al igual que el mundo cristiano en que primero fue el verbo.

Para Tolkien, los que catalogan su obra de escapista o “simple fantasía” son también los que creen que la ciencia es la única forma de conocimiento, que el crecimiento económico puede durar para siempre y que la naturaleza aguantará todo lo que le hagamos. Su obra sí es un escape, pero un escape a una realidad mucho más elevada, donde tanto la felicidad como la tristeza existen en doble medida.
En su grupo iliterario los Inklings[3], del cual también forma parte C.S. Lewis autor de las Crónicas de Narnia, éste será un tema de reflexión importante. De alguna manera se daban cuenta que erróneamente la fantasía se relegaba al plano de lo mágico, a lo irreal y a lo falso, mientras ellos sentían que para crear algo extraordinariamente fantástico se debía abordar la realidad a través de un prisma mítico, pero nunca intentar escapar de ella. Por todo eso, la fantasía es una actividad connatural al hombre, la cual no destruye ni ofende a la razón, no es pura evasión, sino el sueño de un mundo mejor. “Tolkien sentía respeto e incluso admiración por las capacidades creativas del hombre y, por tanto, también las suyas, que mal dirigidas podrían haber resultado arrogantes y absurdas, pero en la práctica fue un perfeccionista siempre en la búsqueda de las visiones más perfectas aún no alcanzadas, de ficción o no ficción”.[4]


Mitos y leyendas; la verdad primaria presente en el mundo secundario.

Subcreación es una forma de transmitir una verdad, es el medio para penetrar en esa realidad profunda que se esconde en las cosas cotidianas del mundo primario. Es aquí donde nos encontramos con los mitos, esos relatos que nacen justamente para comprender el mundo a cabalidad. Los mitos no tienen autor único pues son producto del folclore de cada pueblo y en su creación y transmisión participa toda la comunidad. Son un puente entre la realidad y la invención inverosímil. “A diferencia de la atención que se le prestaba a un cuento cuyo propósito era sólo entretener, los mitos son escuchados con veneración y fe religiosa, como si se tratara de una verdad incuestionable. Los narradores de mitos se llamaban bardos, runoyas, escaldos, juglares, thuri, rapsodas o amautas, según el pueblo que los nombrara, y siempre ocupaban en la sociedad un lugar de gran importancia”.[5]

Tolkien era un admirador de los mitos, no los consideraba mentiras, sino la manera más conveniente de expresar verdades que de otra forma no se habrían podido explicar. Para él, los antiguos mitos llevaban la palabra de Dios expresada a través de sus poetas. Aportaban un mensaje moral importante, por lo que merecían ser contados y escuchados por la comunidad completa. Aquí aparece la figura del héroe, el cual destaca por sobre el resto y constituye un modelo para todos, pues es en él donde la comunidad deposita sus valores. Para Tolkien la mejor representación del héroe es el guerrero nórdico, honorable, fiel y esforzado, el héroe que lucha sin esperar una recompensa. “Los héroes no mueren, no lo hacen en la historia que hemos visto y no lo harán ya más: el olvido es el auténtico sudario de los muertos”.[6]

Los estudios de Freud y Jung afirman que el contacto con el mundo mítico significa abandonar el universo cotidiano y ponerse en contacto con lo instintivo y el inconsciente individual, que muchas veces coincide con el colectivo. Tolkien piensa algo similar, al contemplar la creatividad como un proceso personal, pues un escritor debía ceñirse a su mitología privada. Lo mejor del mito es justamente eso, que cada uno lo interpreta según su propia realidad, pero sin duda a todos les dice algo. Por esto rechaza las alegorías, que tanto le gustaban a Lewis, debido a que en ellas cada idea, objeto, hecho o persona corresponde sólo una representación simbólica. En cambio el mito es una fuente inagotable, en la cual siempre es posible encontrar diversos significados dependiendo de lo que estemos buscando.

Si bien todas las historias de Tolkien presentan aspectos de diversas mitologías, son dos los escritos en los que hace referencia a este tema de manera directa: Mitopoeia (también publicado en el libro “Árbol y hoja”) y el Silmarillion. El primero corresponde a un poema dedicado a su amigo C.S. Lewis, en el que afirma que la actividad mitopoética exige que exista un subcreador, un descubridor. Así lo expresa en uno de sus párrafos: “Benditos los hombres de Noé que construyeron las pequeñas arcas, aunque frágiles y con pocos viajeros y con vientos contrarios, avanzan hacia un espectro, el rumor de un puerto que es de fe divina. Benditos los hacedores de leyendas con sus versos sobre cosas que no se encuentran en los registros del tiempo”.

Siguiendo la lógica de su texto anterior, Tolkien también busca convertirse en hacedor de mitos al diseñar la sinfonía del Silmarillion, la cosmogonía que narra lo sucedido en la primera edad de La Tierra Media. Todo empieza con la música de los Ainur, antes de Eru o Ilúvatar, es decir, Dios. Se forma la gran música, la gran armonía del mundo y comienza la narración que cuenta, entre otros episodios, el nacimiento de los elfos. Lo extenso y lo ambicioso de esta obra no le permitió a Tolkien poder finalizarla en vida. Su hijo Christopher fue el encargado de recopilar estos escritos y publicarlos, la mitología de La Tierra Media por fin vio la luz y permitió que se comprendieran muchas de las cosas que aparecen en la saga de los anillos. Esta es una obra que le llevó a Tolkien su vida entera y en una oportunidad reconoció que le habría sido más fácil escribir “El Señor de los Anillos” si el Silmarillion hubiese sido ya terminado. “Tolkien estaba tratando de hacer algo más que contar una historia. Trataba de poner los fundamentos de un mito, un mito nacional. Una mitología para Inglaterra”.[7]

El amor de Tolkien por la mitología comienza en su juventud, específicamente en 1912 cuando lee el Kalevala (Tierra de Héroes), conjunto de poemas que conforman la cosmogonía islandesa y finlandesa. Las historias tratan sobre la tragedia del destino, bastante similar a la mitología griega y a la trama presente en su libro “Los hijos de Hurín”. Pero ésta no será la única historia inspirada en los pueblos del norte de Europa que llamara la atención del joven Tolkien.

En el Museo Británico se encuentra un manuscrito del año 1000 d.C., que trata sobre el poema mítico más importante de la literatura medieval inglesa: el Beowulf[8]. La historia cuenta las hazañas de un héroe que se enfrenta al monstruo Grendel, el cual durante años acosa el reino de Hrotghar en Dinamarca. Beowulf vence al monstruo sacando su brazo, sin embargo, debe enfrentarse a la furia de la madre de éste a la cual también derrota cortando su cabeza. Una vez que el rey muere Beowulf toma el trono, gobernando el reino durante 40 años en paz. Ya siendo anciano debe enfrentarse a un dragón que escondía un tesoro. Logra vencerlo, pero éste lo deja muy mal herido. Beowulf agoniza con la tranquilidad de dejar a su pueblo el tesoro que el dragón escondía y con haberlos liberado nuevamente del mal.

Éste poema del siglo VII d.C. es rescatado recién en el siglo XIX, probablemente alentado por el romanticismo[9] y el temor latente de que la industrialización terminara con todas las tradiciones. Tolkien estudia este poema, considerado una historia ridícula por muchos, convencido de que podía rescatar la seriedad y veracidad del texto. Debido a esto publica su trabajo: “Beowulf: los monstruos y los críticos”, en el cual decía que los críticos menospreciaban el poema porque aparecían monstruos. Además no se considera el hecho de que es en este texto donde la lengua anglosajona alcanza su mayor nivel. Es una poesía triste, melancólica, que despierta la añoranza por un mundo perdido, pues desde su concepción ya se hablaba de un tiempo pasado. Pero para Tolkien este poema significa una realidad mucho más profunda e importante, representa la transición entre las creencias bárbaras y el cristianismo, sobre todo visible en la figura de Grendel. “La mención de Caín no es azarosa e imprime un estrato alegórico profundo de la saga: Caín no es sólo el primer hombre nacido de mujer y el primero en revelar el rostro de la muerte, sino ante todo es la manifestación de la rebelión del hombre que reivindica su puesto en la creación, atribuyéndose para sí lo que debe a Dios”.[10]

El dragón es el elemento principal, que funde las tradiciones paganas y cristianas. Es el guardián de un tesoro de épocas remotas, pero a la vez tienen una serie de atributos diabólicos propios del Leviatán. Las referencias de esta historia en su libro “El hobbit” son bastante claras. En él, Bilbo Bolsón también debe enfrentarse a un dragón y conseguir un tesoro.

Otros de los mitos que atraen la atención de Tolkien son las llamadas Eddas, leyendas que cuentan la historia de Harold Harfagr, el del hermoso cabello, quien vive a fines del siglo IX en los reinos del norte de Europa. Estaba enamorado de una princesa, pero ella puso por condición que se convirtiera en el rey de toda Noruega, así Harold emprende una guerra contra los pequeños reinos vecinos y logra unificar el país en diez años. Pero como era un rey cruel muchos de sus súbditos deciden abandonar Noruega, fundar un nuevo reino, Islandia, y convertirse en piratas. Surgen así los vikingos, fáciles de reconocer pues todas sus naves llevaban mascarones de proa con el símbolo del anillo. En el siglo XII Snorri Sturluson hace una recopilación de estos mitos, pero recién en 1643 el manuscrito llega a manos de Brynjólfur Sveinsson, un obispo luterano islandés que da a conocer estos escritos con los nombres de Edda Menor (prosaica) y Edda Mayor (poética). Tolkien lee las Eddas en finlandés y producen en él un gran asombro, que luego se traducirá en su obra. La Edda Mayor, principal fuente de información sobre la mitología y las antiguas tradiciones épicas del mundo germánico precristiano, narra como Odín recorre la tierra de los mortales llamada Midgrad, es decir, tierra media. Como ya sabemos los personajes de Tolkien habitan La Tierra Media y Odín presta su apariencia de hechicero errante, como la de Merlín y de Gandalf. Además, es posible reconocer otros personajes tomados por Tolkien como el mundo subterráneo de los enanos, los elfos de luz y también los de la noche.

La mitología griega no podía estar ausente. Según narran los poemas clásicos no fueron los dioses quienes crearon a la raza humana, sino Prometeo el más inteligente y prudente de los titanes. Él modela a los hombres en barro y luego les sopla el aire de la vida. Además les entrega el fuego, uniéndolos con la divinidad y separándolo del resto de los animales. Zeus lo castiga y después de tenerlo un tiempo prisionero, decide liberarlo y le entrega un anillo, unido a un trozo de la roca a la cual fue encadenado, como símbolo de libertad y esclavitud. En el Silmarillion Aulë, el herrero, es un Valar que crea una forma de vida sin que Ilúvatar se enterase.

La mitología celta es quizás la más cercana al mundo primario de Tolkien, sin embargo, la menos considerada de manera consciente a la hora de imaginar sus fantásticas historias. Si bien las similitudes entre la leyenda artúrica y la saga del anillo son evidentes en muchos aspectos[11] Tolkien sentía un disgusto por las historias de los antiguos pueblos celtas, debido a que consideraba que les faltaba un diseño y que eran demasiado enloquecidas. Sin embargo, hay una influencia presente, la cual se deja ver principalmente en las ilustraciones de guerreros celtas que dedicadamente realizaba.

El profundo anhelo de Tolkien era modernizar los mitos de su tierra y hacerlos creíbles. Así la Atlántida inspira la historia de la sumergida ciudad de Númenor; el Cantar de Roldán, a la muerte de Boromir; los nombres de los enanos están en la Edda Antigua y el Beowulf en “El hobbit”. Para él era absolutamente necesario que su pueblo tuviera una mitología que le proporcionara estabilidad y seguridad, para eso era necesario volver a buscar en los orígenes. Rollo May, en su libro “La necesidad del mito” señala que los mitos son como las vigas de una casa, no se ven pero soportan la estructura para que la gente pueda vivir en ella. Tolkien expresa algo similar en el siguiente discurso: “Para ti fue levantada esta casa, mucho antes de que nacieras. Para ti fueron destinadas sus molduras, antes de que tu madre te diera a luz”.[12]


Sencillez y renovación.

El modernizar los mitos significaba volver a los orígenes a buscar una verdad que conocía, pero que debía volver a interpretar. Tolkien habla de recovery, de recuperación, que no es otra cosa que una manera renovada de ver las cosas. El artista sólo puede recrear y eso lo hace a través de la fantasía que es presentar la realidad de otra forma. Para imaginar y lograr desarrollar una fantasía sólo se necesita aprender a volver a mirar toda nuestra historia, nuestro entorno y nuestro presente. Los elementos sencillos, cotidianos y cercanos pueden constituir nuestro mejor punto de partida hacia la fantasía.

La comarca de los hobbits se inspira en su infancia en Sarehole, donde crece su amor por la naturaleza y los árboles, inculcado también por su padre durante su primera infancia, en la lejana Sudáfrica. Éste es un aspecto interesante de destacar y que tiene que ver también con su influencia en la mitología celta, donde los árboles eran objeto de gran veneración. Tolkien vivió la experiencia de que cortaran uno de sus árboles preferidos, lo cual lo marcaría de por vida. En varias ocasiones diría que podía sentir el grito de la naturaleza mutilada, por esto es que no es raro que considerara a la sierra eléctrica como uno de los mayores horrores de nuestra era. Su representación de los grandiosos Ents y sus ilustraciones en las que se visualizan guirnalda y arreglos con hojas y ramas (similar a la tipografía desarrollada por William Morris[13]) demuestran esta conexión especial con los “habitantes de los bosques”.

Quiero detenerme especialmente en un relato corto escrito por Tolkien en 1939, el cual no sólo hace referencia a la naturaleza y en especial a los árboles que tanto amaba, sino que además cuenta con un elemento esencial de este proceso de renovación: la sencillez. Me refiero a “Hoja de Niggle” una de las historias más cercanas a la realidad y al mundo primario, lo que la convierte en una narración entrañable, que no requiere de segundas interpretaciones. En el año en que estalla La Segunda Guerra Mundial, Tolkien logra subcrear un canto a la esperanza y reafirma la convicción de que sólo hay que aprender a mirar de nuevo.

“Hoja de Niggle” constituye una verdadera excepción en la obra de Tolkien, pues es un relato que escribió de una vez, sin correcciones. No hay elfos o hobbits, ni referencias a La Tierra Media, tampoco es una narración melancólica por un pasado glorioso. Se trata de la historia de un artista sencillo al que le gusta pintar hojas cuidando cada pincelada; de a poco esas hojas, todas diferentes, comienzan a formar un árbol que a su vez se inserta en un paisaje aún más extenso. Es tanto el esmero que Niggle pone en los detalles, que cada vez su tarea se hace más pesada. Tiene miedo de no poder terminar su gran lienzo, pues sabe que pronto deberá hacer un viaje al cual no quiere ir, pero que tampoco puede evitar.

El punto de partida de esta subcreación de Tolkien no son los mitos, ni las leyendas, sino su propia vida y experiencias. También se definía a sí mismo como un hombre sencillo, que disfrutaba inventando idiomas y acabó construyendo todo un mundo. Tanto Niggle como Tolkien se sienten absorbidos por la dedicación a su obra artística, preocupados por el miedo a no poder terminarla[14] y continuamente interrumpidos en su labor, por diferentes situaciones. Niggle debe lidiar con los problemas de su vecino el Señor Parish, mientras que Tolkien debe cumplir con sus deberes académicos y contestar las miles de cartas de sus admiradores.

Es verdad, “Hoja de Niggle” constituye una singularidad en medio de la obra Tolkien, pero a la vez se podría decir que es el más fiel reflejo de todo su trabajo. En esta historia Tolkien plasma su pensamiento sobre su propia tarea, su concepción sobre la subcreación en vida y también sobre la realidad que dicha subcreación podría tener en el estado después de la muerte.

La Tierra Media; su principal subcreación.
Como ya dijimos, la motivación de Tolkien para escribir sobre La Tierra Media era crear una mitología para Inglaterra. Sin embargo, el momento en el que lo hace probablemente no es el más adecuado. Europa aún siente los ecos del nihilismo de Nietzsche y del positivismo de Comte, además de los avatares de una guerra cuyas dimensiones sólo serían superadas por la que se estaba viviendo en ese entonces. Sin duda, no era el mejor momento para hablar de orígenes y de cosmogonías, pues éstas no serían bien entendidas. Así, muchos mal catalogaron su obra de escapista, sin embargo, al escribir el Señor de los Anillos Tolkien no estaba escapando del siglo XX, en su fantástico mundo él hace referencias a hechos muy reales, que para nada se encuentran al margen de la contingencia del momento. “Sospecho que él opinaba que lo que estaba sucediendo en el siglo XX era exactamente lo que sucedía en sus historias”.[15]

La Segunda Guerra Mundial constituía el punto cúlmine de un proceso de industrialización que terminó por originar verdaderos monstruos como el comunismo y el fascismo. A pesar de que niega de manera tajante cualquier alegoría, podríamos decir que en El Señor de los Anillos es un tanto evidente la referencia a la amenaza del consumismo materialista, representado por Sauron y Mordor, sobre tres grandes bienes. Me refiero a la vida comunitaria, la naturaleza y los valores espirituales. “Ésta es la culminación de un proceso que empezó a manifestarse en el siglo XVII, alcanzó la mayoría de edad en el siglo XVIII, cobró nuevas formas y nuevos bríos en el siglo XIX y continúa cada vez con más fuerza (aunque desigualmente) en el siglo XX bajo el estandarte de la globalización económica”.[16]

En Europa hacia los años ’50 la sensación de que todo se divide entre bien y mal, estaba bastante extendida. Se le criticó por hablar sobre lo malvado y lo oscuro, temas que se habían convertido en tabú. Sin embargo, Tolkien era honesto con lo que estaba sucediendo, pues los terribles hechos acontecidos no podían obviarse en el proceso subcreativo. Pasó por algo parecido a lo que vivió Schönberg y otros músicos expresionistas al crear el dodecafonismo, cuya base son las melodías atonales. Para ellos era imposible crear una música afinada, si el mundo estaba siendo destruido.

En “El Señor de los Anillos”, Tolkien pone en tela de juicio la Nación – Estado, la ciencia y la tecnología, el capital financiero, el nihilismo cultural y la devastadora destrucción ecológica. Pero no desespera ante estos hechos, pues él está seguro de que algo se puede hacer. Está seguro de que el anillo sí se puede destruir.

Es así como uno de los temas centrales de la saga es la muerte y el deseo de la inmortalidad, que también puede interpretarse como la lucha entre el poder y la dominación. La inmortalidad puede ser un castigo, ya que el saber que vamos a morir nos permite vivir la vida con mayor intensidad; aún así, es posible reconocer personajes longevos extraordinarios como los Ents y Tom Bombadil. La misma contradicción se da con el anillo, que da poder al que lo posee, pero a la vez lo domina convirtiéndolo en un verdadero esclavo. “Creo que lo que tenemos en El Señor de los Anillos es una épica de la condición humana (…) Para decirlo de un modo más literario, la tragedia de Frodo es como la síntesis de la gran tragedia que es la obra, y no es la de Frodo aunque sí la contiene”.[17]

A pesar de que Tolkien dice que planeó muy poco al escribir “El Señor de los Anillos”, las coincidencias con su vida, su fe cristiana y los elementos de diversas mitologías estudiadas por él son evidentes. El elemento mitológico más claro presente es la eterna lucha entre el bien y el mal, el enfrentamiento entre contrarios, pero no como dos fuerzas equivalentes. El mal existe por la ausencia del bien y por la debilidad de las razas benevolentes, Freud lo denominó como el lado daimónico presente en todos. Cualquiera está expuesto a caer y ser doblegados por esta maldad que, según se vislumbra, nunca podrá ser derrotada en totalidad. Al igual que las grandes obras de arte de todos los tiempos, la saga del anillo constituye una historia catártica, pues el que se enfrenta a ella de alguna manera se siente aliviado.

Todos estos miedos y esperanzas de Tolkien que, por cierto, están muy relacionados con la modernidad, tocaron una fibra sensible en el público lector. La crisis a la cual hace referencia es universal y atemporal, siempre ha estado presente y, al parecer, siempre lo estará. Son todos estos aspectos los que le entregan el carácter mítico a la obra de Tolkien. Sin duda, podemos comprender mejor los avatares de La Segunda Guerra, si leemos “El Señor de los Anillos” sin olvidarnos del tiempo en el cual fue escrito. Esta historia entrega un mensaje esperanzador, en medio de tanta crueldad: Si queremos que nuestro futuro tenga sentido, no podemos olvidar nuestros orígenes y lo que somos.

Reflexiones finales.

Mi intención no ha sido intentar explicar en profundidad las tres sagas entrelazadas, ni tampoco las otras obras a las cuales hago mención. Sin duda, el trabajo de Tolkien puede representar para algunos la actualidad del momento, para otros el reflejo de la vida y de las experiencias del propio autor, otros la considerará el resultado de una síntesis de mitos de diversas culturas y algunos, como yo, pensarán que es todo eso y probablemente más. Ante esto, sólo puedo decir que simplemente busqué realizar un acercamiento al tema de la subcreación y esbozarlos de manera que se pueda reflexionar sobre él.

La época en la cual vivimos está carente de mitos, somos el resultado del período ilustrado que pone como centro del conocimiento a todo lo lógico y racional. La religión ha perdido importancia y de mitología ni siquiera se habla. Los mitos actualmente son sinónimo de mentiras y en nada podrían ayudarnos a conocer la verdad de las cosas. Sin embargo, el tiempo también se ha encargado de demostrarnos los equivocados que estamos, las enfermedades por depresión y el éxito de la literatura de autoayuda ratifican esta realidad. Necesitamos de los mitos para darle sentido a la existencia, que así a simple vista no la tiene. Éste es el espíritu que llevó a Tolkien a desarrollar su magnifica historia épica, la cual resultó ser un mito cosmogónico, teogónico y escatológico al mismo tiempo.

Tolkien supo interpretar la ansiedad de su pueblo, de Europa y posiblemente del mundo. La subcreación se convirtió en el proceso idóneo para emprender su ambiciosa tarea, debido a que la actitud humilde del subcreador le permite asombrarse y sorprenderse con cosas cotidianas y así lograr adentrarse en el universo de la fantasía, pero de la fantasía creíble y consistente, que obedece a sus propias reglas y se manifiesta de manera coherente y verosímil hacia todos. Así, la obra de J.R.R. Tolkien marca un antes y un después, dando un paso más allá en el género de la ficción fantástica.


Bibliografía utilizada:

LARIOS, Gonzalo. “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario. Santiago, 2005.

PEARCE, Joseph. “J.R.R Tolkien, señor de La Tierra Media”. Minotauro. Barcelona, 2002.

REPÚN, Graciela. “El mago y el escritor, biografía de J.R.R. Tolkien”. Ediciones Norma. Bogotá, 2006.
TOLKIEN, J.R.R. “Árbol y hoja”. Minotauro. Barcelona.

[1] Cuando la madre de Tolkien, Mabel Suffield, decide convertirse al catolicismo tuvo que enfrentar el rechazo de su familia, esto le produjo una serie de disgustos que desembocaron en una enfermedad que le causa la muerte, cuando Tolkien apenas tenía 12 años. Este hecho, de profunda tristeza, lo lleva a prometer que seguirá siendo católico, religión que abrazará con fervor y la cual condicionará de alguna manera su obra.

[2] Tolkien escribe El Señor de los Anillos durante la Segunda Guerra Mundial. Su redacción se llevará a cabo en dos etapas, entre 1937 – 1949 y 1954 – 1955, que es cuando finalmente se publican los tres volúmenes del libro en Reino Unido.

[3] Los Inklings son un cenáculo de académicos y escritores ingleses, en su mayoría de creencias cristianas, que se reunían en Oxford entre 1930 – 1960 en el bar “The eagle and the child”. Su aporte a la teoría de la literatura como disciplina fue importante. Entre sus más reconocidos miembros se encontraban J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis, Owen Barfield, Charles Williams, entre otros.

[4] Jefferey, Richard. “Árbol y hoja: desarrollo de los escritos de Tolkien” en “J.R.R. Tolkien; señor de La Tierra Media”. Minotauro, Barcelona, 2002. Pág. 164.

[5] Repún, Graciela. “El mago y el escritor; biografía de J.R.R Tolkien”. Editorial Norma, Bogotá, 2006. Pág. 120.

[6] Vicencio, Felipe. “Raíces celtas en El Señor de los Anillos” en “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, Chile. Pág. 58.

[7] Fairburn, Elwin. “J.R.R. Tolkien: una mitología para Inglaterra” en “J.R.R. Tolkien; señor de La Tierra Media”. Minotauro, Barcelona, 2002. Pág. 95.

[8] Beowulf es la conjunción de dos palabras en inglés Bees y Wolf, es decir, lobo de abejas, es decir, comedor de miel o más bien oso.

[9] Me refiero al movimiento artístico de mediados del siglo XIX conocido como el Romanticismo, el cual idealizaba la Edad Media y buscaba su inspiración en las raíces y las tradiciones de su pueblo.

[10] Roa, Armando. “Reflexiones a propósito de la lectura de Tolkien del Beowulf” en “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2005. Pág. 41.

[11] Las semejanzas entre El Señor de los Anillos y la historia del Rey Arturo son evidentes, no sólo en el parecido entre Merlín y Gandalf, ambos druidas, sino también en lo que Joseph Campbell llama el “robo del elixir”, instante presente en el viaje de todo héroe. En la leyenda artúrica esto se ve representado en la búsqueda del Santo Grial, mientras que en el Señor de los Anillos es la misión que debe concretarse, es decir, destruir el anillo.

[12] Cita en Roa Armando. “A propósito de la lectura de Tolkien del Beowulf” en “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2005. Pág. 38.

[13] William Morris (1834 – 1896) fue un artesano, diseñador, impresor, poeta, escritor, activista político, pintor y diseñador británico, fundador del movimiento Arts and Crafts.

[14] Tolkien sabe que una vida no le alcanza para terminar el Silmarillion, historia en la cual contiene la cosmogonía y evolución de La Tierra Media.

[15] Schall, James V. “Sobre la realidad de la fantasía” en “J.R.R. Tolkien; señor de La Tierra Media”. Minotauro, Barcelona, 2002. Pág. 86.

[16] Curry, Patrick. “La modernidad en La Tierra Media” en “J.R.R. Tolkien; señor de La Tierra Media”. Minotauro, Barcelona, 2002. Pág. 50 - 51.

[17] Fernández, Braulio. “Tolkien y el reencantamiento del mundo” en “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2005. Pág. 38.











miércoles, 20 de agosto de 2008

La representación de lo ideal v/s la representación de lo real






Las diferencias entre el arte griego y romano, y sus consecuentes derivaciones en las formas bizantinas y románicas.


Más de alguna vez hemos escuchado utilizar la expresión “grecorromano” o “grecolatino” en el análisis de obras de arte pertenecientes al período renacentista o al neoclásico francés. De alguna manera muchos hemos asumido esa palabra como una unidad indivisible y homogénea, sin analizar realmente qué elementos griegos y qué elementos latinos están presentes en esas grandes obras.

Cuando tenemos la oportunidad de apreciar un cuadro como “Coronación de Napoleón” de Jacques Louis David, sería interesante preguntarse si realmente una pintura de esas características podría haber sido gestada en una civilización como la griega o la romana. Probablemente llegaríamos a la conclusión de que en ninguna de las dos, no sólo por las innovaciones técnicas que se desarrollaron en el arte entre el fin del período clásico en el siglo IV hasta los comienzos del siglo XIX, sino porque en esa pintura es posible apreciar las características diferentes y a veces incluso opuestas, que presenta el arte griego con respecto al arte romano.

Si nos detenemos a analizar la extensa obra de Miguel Ángel Buonarroti, estudioso del período clásico como todo artista de su época, podremos darnos cuenta de las grandes diferencias presentes. Da la impresión de que el magnífico “David”, clásico, etéreo, imperturbable, pero listo para actuar, no tiene absolutamente nada que ver con la fuerza y, por qué no decir, la violencia presentes en el “Juicio final” de la Capilla Sixtina. Claramente el primero fue concebido varios años antes que el extraordinario fresco, sin embargo, las diferencias a las cuales hago mención tienen sus raíces en el hecho de que sólo un genio como Miguel Ángel pudo desarrollar un arte que tiene tanto que ver con el esplendor griego, como también con el desarrollado por los primeros cristianos en las Catacumbas. Es aquí donde se logra la perfecta conjugación de expresiones disímiles, movidas por profundas diferencias que traspasan lo artístico y se instalan en lo social.

Obviamente, el considerar al período clásico como un todo, viene de la idea de suponer a Roma como la continuidad natural de Grecia. Roma es hijo de Grecia, se parece a su padre y lo admira, pero como todo hijo desarrolla cualidades propias que lo hacen único. Roma no es rebelde, pero sí es contestatario, piensa que en la diversidad se encuentra la riqueza y, claramente, no está de acuerdo con el idealismo desarrollado por su progenitor.

Esta importante diferencia se hace más evidente aún cuando se introduce el elemento cristiano. La incansable búsqueda de la mejor manera de representar el misterio de Cristo, va a separar radicalmente el arte románico del bizantino. Mientras los griegos cristianos siguen sus pautas de representación ideal, movidos por la naturaleza divina de Jesús; los romanos atienden al hecho de que el Hijo de Dios era también un hombre real, de carne y hueso.

¿Qué es lo que mueve a una civilización a buscar el ideal en las artes, y qué motiva a otra a representar la realidad y la diversidad existente? Para responder esta pregunta es necesario comprender cómo se forja la identidad cultural de estos pueblos, tomando en cuenta el entorno geográfico en el que se desenvuelve cada uno, las etapas históricas vividas y, por supuesto, el desarrollo de los procesos productivos imperantes, los cuales determinarán la existencia de clases sociales y, en definitiva, establecerá quiénes serán los consumidores de arte y el rol social de los artistas.



Sobre el entorno de Grecia.

Los griegos siempre se maravillaron del particular entorno en el que vivían, una combinación de montes suaves con montañas escarpadas y acantilados de cortes abruptos que desembocan en el mar, el gran aliado en su desarrollo hacia el progreso. Este territorio, rodeado de islas pequeñas y abundantes, constituyó el telón de fondo para el devenir de una civilización que siglos más tarde sería considerada como la cuna de Occidente.

A pesar de que el territorio griego podría calificarse como hostil - sus ¾ partes son montañosas, mientras que sólo 1/5 es apto para la agricultura - Grecia siempre desarrolló un fuerte lazo con su entorno natural. Su religión, con dioses en directa relación con la naturaleza, es un buen ejemplo de esto.

El clima es también bastante variado, en las costas y regiones meridionales los veranos son calurosos, pero en Macedonia y al interior las temperaturas son muchísimo más bajas.

Esta diversidad geográfica y climática no siempre jugó a favor de los griegos, pues las separaciones hacen que Grecia nunca sea una nación como tal, permitiendo el desarrollo de belicosidades internas especialmente entre Atenas y Esparta. Grecia nunca constituyó una nación o estado unitario en el sentido moderno del término. Se trataba más bien de un conjunto de tribus que compartían una lengua, la creencia en los mismos dioses y mitos ancestrales. Compartían una cultura, pero siempre estuvieron organizados en polis que eran independientes y rivales entre sí. Sólo frente al peligro de invasiones externas, especialmente de los persas, Grecia olvidaba sus problemas internos y se unía para defender ese espíritu en común.

En cuanto a lo organizacional, destaca la entusiasta participación ciudadana en la administración de la polis, característica que convertirá al griego en un animal político, que lo diferenciará de la obediencia ciega imperante en los reinos de Oriente.

La libertad, independencia e igualdad entre los hombres libres constituye uno de los pilares de la civilización griega, los cuales permitieron el desarrollo de la democracia. El individuo, consciente de su valor, se convierte en el eje de esta cultura eminentemente antropocéntrica. Protágoras lo manifestaría claramente: “El hombre es la medida de todas las cosas”.

Su religiosidad también es humanizada y su mitología será la fuente de inspiración para artistas. Los griegos crearon a sus dioses a su imagen y semejanza, y serán los dioses y sus hazañas los que servirán de cauce para expresar el ideal de belleza, elemento omnipresente – ya sea en mayor o menor grado – en todos los períodos de esta civilización.

La vocación marinera y viajera de este pueblo determinó el movimiento migratorio a lo largo y ancho del mar mediterráneo. Al hablar de la civilización griega, no nos estamos refiriendo al ámbito geográfico de la Grecia actual, sino al amplio, diverso y rico mundo de la civilización clásica, que extendió sus mitos, su lengua y sus dioses a tierras lejanas. El resultado es una cultura con características unitarias y el arte es el mejor testimonio.


Roma y su necesidad de vivir en paz.

A diferencia de Grecia, Roma sí logra transformarse en una sinfonía, es decir, alcanza una armonía y una real unidad entre tanta diversidad.

Roma significa fuerza y esfuerzo. Es la historia de un pueblo que desde sus orígenes se ha esforzado. Es muy fácil vivir peleando, pero muy difícil vivir en paz y la PAX romana no es otra cosa que esa cohesión tan necesaria, entre pueblos diferentes, que les permite convivir y progresar.

Desde su fundación, Roma parece ser el resultado de la voluntad de los dioses. Eneas es quizás uno de los mayores responsables de que hoy hablemos de esa simbiosis del mundo grecolatino. La Eneida, obra cumbre de Virgilio, cuenta el viaje que emprende el joven Eneas luego de la caída de Troya y que finaliza con la creación de una nueva ciudad.

La historia de la fundación de Roma, sin duda, está llena de pasajes increíbles. Marte, el dios de la guerra, se atreve a tener relaciones con la hija de Eneas, una sacerdotisa cuya vida estaba consagrada a la castidad. De esa relación nacen los mellizos, Rómulo y Remo, que al ser abandonados son amamantados por una loba. El relato culmina con la fundación de Roma a orillas del río Tíber, nombre escogido por Rómulo, quien la bautizó así acongojado por haber dado muerte a su hermano Remo, cuando éste no quiso respetar los límites que ellos mismos habían fijado.

Desde ese momento (siglo VIII a.C.) hasta la desintegración del imperio occidental en el siglo IV de la era cristiana, Roma pasó por períodos de desagracia que ayudaron a su maduración. Antes de la llegada de Augusto al poder, el imperio pasó por un período sangriento. A la primera etapa monárquica le siguen dos grandes etapas; la República y el Imperio. En la época republicana destacan hechos como las guerras púnicas contra los cartagineses y las guerras civiles que acabarán con la formación de dos triunviratos. El primero concluye con el asesinato de Julio César y el segundo con la victoria final de Octavio Augusto, lo que supone el comienzo de la etapa imperial.

El siglo de Augusto en Roma, es comparable al de Pericles en Grecia, donde se experimentó el apogeo de las letras y de las artes, además del espíritu cívico en la población. Augusto tenía claro que debía defender al Estado como un todo, para lo cual instauró la PAX romana, que es el acuerdo entre dos partes y no la ausencia de guerra como muchos pueden pensar.

Nuevamente Virgilio, en la Eneida, escribirá el destino de esta civilización: “Romano, éstas serán para ti las artes; dictar leyes de paz a las naciones, perdonar al vencido y domar con la guerra a los soberbios”.[1]

Esta pacificación del imperio llevó a una prosperidad y al logro de una verdadera red integrada de flujos de todo tipo. Roma se transforma en la ciudad universal, receptora de todo lo diferente. “Urbi et orbe”[2], una expresión que cobra total sentido en el desarrollo de esta nueva cultura más terrenal y más conectada con lo real que su antecesora.

Roma fue capaz de seleccionar lo mejor de sus antepasados, pero imprimiendo un sello propio a todo lo realizado. La vida social, las relaciones de guerra y de paz y, por supuesto, el arte llevan la impronta de un pueblo que supo hacer de sus diferencias su mayor fortaleza.


El arte clásico, los estilos desarrollados y su vinculación con los cambios en la sociedad antigua.

Para entender los cambios sociales experimentados por Grecia desde sus orígenes en el 2700 antes de la era cristiana, hasta la invasión romana en el siglo II a.C., es necesario analizar cada uno de los períodos por separado, con el fin de conectar las evoluciones con la producción artística del momento.

Normalmente se habla de cuatro períodos de la civilización griega: el micénico, el arcaico, el clásico y el helénico. Sin embargo, éstos se hacen insuficientes cuando se trata de comprender el complejo desarrollo de las letras, artes plásticas, arquitectura y teatro. Aquí, los momentos de transición son claves, ya que grafican claramente los procesos de metamorfosis y nos entregan la respuesta al por qué generalmente los artistas se adelantan a la sociedad, convirtiéndose en los individuos que lideran los procesos de cambio.

Tomando en cuenta lo anteriormente expuesto, se considerarán en el análisis los siguientes períodos: La edad heroica, como el comienzo y crisol de la civilización; la epopeya, que durará alrededor de tres siglos; el período arcaico, en el que se establecerán las bases de la aristocracia; la tiranía, como etapa de transición a la democracia; el período clásico o Siglo de Oro; el clásico tardío como paso al período helénico, la etapa helenística cómo último exponente de la cultura griega y el imperio que marca la expansión romana y el fin del período clásico.

En un comienzo Grecia no poseía las riquezas de los imperios orientales, esto más las características climáticas y geográficas ya mencionadas favorecieron el desarrollo de una cultura netamente mediterránea, con un régimen alimenticio diferente, basado en quesos, cereales, productos del olivo y de las viñas. También desarrollaron una austeridad y sencillez fomentada por la necesidad de satisfacer solamente lo básico, debido a que Grecia siempre favoreció tener tiempo libre. El anhelado ocio que les permitiría reflexionar sobre lo que los rodea, fue privilegiado desde un comienzo por sus primeros habitantes.

Con respecto al arte no es mucho lo que se conoce sobre este primer período. Los poemas homéricos son los textos más antiguos en lengua griega de los cuales hay registro, pero por su complejidad no pueden corresponder a la poesía más antigua. Además la imagen de Homero tampoco tiene que ver con la de los primeros poetas, considerados profetas sacerdotales inspirados por los dioses. De todas formas es necesario mencionar que el mismo Homero era conocido el viejo cantor ciego de Quíos, que podía ver cosas que un común mortal no era capaz.

Al igual que la poesía de todas las épocas primitivas, los poemas en los primeros tiempos de Grecia se componen de fórmulas mágicas, plegarias, oraciones y canciones de guerra y trabajo. Es una poesía ritual de las masas, anónima, ajena a toda diferenciación individual y destinada a toda la comunidad.

Es frecuente comenzar con Creta como cuna de Occidente, pero es muy poco lo que conocemos de esta civilización. Sólo hay acceso a vasijas, pinturas y mosaicos encontrados por Sir Arthur Evans (investigador de Cnosos, capital de Creta), los cuales dan cuenta de la creencia en dioses curiosos, temibles y antropomorfos.

Nada sabemos de la situación social de los artistas, ni tampoco si disfrutaban de prestigio en la sociedad, sólo hay certeza de que eran considerados de ascendencia divina.

Desde esta perspectiva, son muchos los autores que señalan a Dédalo como el padre de las artes. Este arquitecto, escultor e inventor será quien le dará el carácter mítico a la producción artística de Grecia. Dédalo podía dar vida a la madera y el hecho de que a su hijo Ícaro se le fundan las alas y caiga al mar, parece simbolizar el término de la magia, dando paso a los cambios profundos que traerá consigo la etapa heroica.

La edad heroica:

Lentamente esa sencillez y austeridad fueron desapareciendo. De la organización impersonal del clan se pasa a una especie de monarquía feudal, en la que la lealtad de los súbditos al rey, es mayor que el parentesco de sangre.

Se exaltan los valores de la guerra, especialmente la habilidad y astucia de sus protagonistas. El objetivo principal de la poesía es aclamar y ensalzar el nombre de los héroes. Se busca eternizar sus glorias, con el fin de trascender. Comienza así el verdadero sentido que condicionará el arte clásico, el cual se dejará de lado durante el medioevo y se volverá a retomar con fuerza en el período renacentista.

En este período la función social del poeta cambia radicalmente. Sale de su anonimato y la poesía pierde su carácter ritual y colectivo, para convertirse en un canto individual acerca del destino individual. Los textos son recitados por una sola persona y no por un coro o una comunidad completa.

“En un principio sus poetas y recitadores son probablemente los mismos guerreros y héroes, esto quiere decir que no sólo su público sino también los creadores de la nueva poesía son nobles”.[3]

Rápidamente el noble aficionado a las letras será reemplazado por el cantor profesional, que son vasallos pero siempre pertenecientes a la corte del rey. Eran señores respetables, más cercanos a lo real que los profetas del período anterior, pero con un don considerado todavía como divino. Homero en la Odisea, canto XXII, así lo expresa. “Un dios les ha plantado las canciones en el alma”.

Junto con la pérdida de su naturaleza ritual, los poemas también pierden su carácter lírico y se hacen épicos, convirtiéndose en verdaderas crónicas de guerra, a las cuales poco a poco se le introducen elementos dramáticos. Los poemas heroicos, que constituyen la base de la epopeya, presentan ese carácter híbrido.

En el campo de las artes plásticas se desarrolla el estilo conocido como Titanomaquia, que representa la lucha entre dioses y titanes (héroes), que habría ocurrido al inicio de los tiempos. Según cuenta la historia, las divinidades crearían a los hombres, para ser amados y admirados por ellos.

A pesar de la clara importancia de la plástica como ilustradora del génesis griego, sus creadores no gozaban de prestigio alguno en la sociedad. Al parecer el carácter sobrenatural atribuido en un momento a los artistas, personificado en la imagen mítica de Dédalo, desaparece por completo.

El pintor o escultor trabaja con sus manos y no con el espíritu como los poetas, por lo que son considerados inferiores. Esta percepción se mantendrá presente en toda la historia de Grecia y de Roma, constituyendo “el rasgo común” a la producción artísticas de la antigüedad clásica.

La epopeya:

El afán de convertir las aventuras bélicas en canciones y leyendas termina con la invasión dórica.

Los dorios son un pueblo campesino, rudo y sobrio a los que no les gusta hacer alarde de sus victorias. Se trata de una aristocracia pacífica, que basa su economía en la agricultura y el comercio, transformando la monarquía militarista existente en una aristocracia terrateniente.

Disminuye el acceso al lujo al cual estaba tan acostumbrada la clase alta, que vivía a expensas del resto de la población. Los encargos a pintores y escultores son escasos y lo único realmente espléndido sigue siendo la producción poética.

Comienza así la epopeya, la cual durará tres siglos.

La esencia de este período está dada por los cantos de Homero. Cantos dirigidos a la aristocracia, pero creados por un hombre que siempre estuvo rodeado por la gente del pueblo. A pesar de todo, su popularidad en Grecia fue grande. Sus poemas fueron memorizados por niños y jóvenes instaurándose en la educación durante varios siglos.

La Ilíada y la Odisea fueron considerados como la fuente más segura de un pasado remoto. Pero con el desarrollo de la ciencia histórica Tucídides acusó a Homero de haber exagerado la grandeza de los hechos e incluso de haber mentido. Xenófanes también inculpó a Hesiodo -quien tomó los poemas de Homero como modelo- de haber atribuido a los dioses los excesos más bajos del ser humano como el engaño, el robo y el adulterio. A pesar de las críticas Homero no desapareció de la enseñanza.

En los últimos poemas de Homero es posible observar cómo la nobleza comienza a cambiar. Éstos ya no van dirigidos a una nobleza militar, sino a una aristocracia ciudadana no belicosa. La Odisea nos presenta un autor menos heroico, pues Ulises pertenece a un mundo mucho más próximo que aquel al cual pertenecía Aquiles.

“La llamada epopeya homérica no puede ser considerada como la creación de un individuo, ni tampoco como producto de la poesía popular, sino como la obra colectiva de elegantes poetas, artesanos y literatos pertenecientes a diversas escuelas y generaciones”.[4]

Se vuelve así al colectivismo poético de los primeros sacerdotes. El individualismo que caracterizó a la edad heroica queda atrás y la epopeya poética pasa a ser creación de escuelas, conformadas por un grupo de artistas ligados por una tradición y métodos de trabajo comunes.

Componer y recitar poemas aún no son oficios diferentes, pero el rapsoda o recitador constituye la transición entre el poeta y el actor, esto porque de alguna manera los poemas exigen un cierto histrionismo. Los también llamados “homéridas” cumplían una función trascendental: conservar e incrementar los poemas recibidos, evitando la desintegración de los textos.

La poesía se dirige a un público cada vez más amplio, por lo que su lenguaje se vuelve cotidiano. La poesía hesiódica es una muestra de esto, los temas aquí tratados hablan de un campesinado oprimido y, por primera vez, se levanta la voz a favor de la justicia social.

Paralelamente, escultores y arquitectos desarrollan un estilo geométrico, rígido y esquemático, que hace de la repetición el núcleo mismo de su composición. Al parecer no existe relación entre las artes plásticas y literatura presentes en esta época común. La epopeya se desarrolla en Asia Menor, centro mismo del comercio mundial, en cambio el geometrismo de la plástica es propio de Grecia. Los poemas homéricos encuentras sus raíces en una población urbana y cosmopolita, mientras la rigidez en el arte es la expresión de un pueblo de labradores y pastores cerrados al extranjero.


Período arcaico:

En los siglos VII y VI a.C. el arte todavía corresponde a la nobleza, dueña del aparato estatal, pero amenazada en su poder político y económico por una burguesía comerciante. Es aquí cuando la aristocracia comienza a percatarse de su esencia, trazando su propio programa de vida, algo que nunca había hecho cuando gozaba de predominio. Sentía que acentuando sus características, compensaba de alguna manera la inferioridad económica que experimentaba frente a clases de menor nivel social.

El nuevo estilo artístico nace de la síntesis de Oriente y Occidente en Jonia. Comienza así el período arcaico, caracterizado por un arte ciudadano emergente, producto de un comercio floreciente y de ciudades enriquecidas por las colonizaciones. Cuando la vida campesina empieza a urbanizarse, comienza también a disolverse la rigidez de las formas geométricas. Pero es necesario aclarar que todavía no se desarrolla el arte monumental, los grandes templos y palacios deberán esperar al menos un par de siglos.

Se inicia la evolución del arte griego hacia el ideal de belleza propio del período clásico. Si bien los orígenes de su escultura se encuentran en Oriente y los contactos económicos favorecieron las influencias mutuas, el constante avance en las formas del arte griego logró distanciarlo de las representaciones rígidas y frontales propias de civilizaciones como la egipcia. Los griegos desarrollaron un lenguaje propio, definido por una permanente búsqueda de plasmar la figura humana en todo su esplendor.

El estilo jónico tiene como tema principal a la mujer. Estatuas de féminas elegantemente vestidas y peinadas, con delicadas sonrisas; decoraban los aún primitivos templos. Las formas de sus cuerpos simplemente son insinuadas bajo los vestidos, pues la aristocracia no gustaba de los desnudos, sólo lo aceptaba en el cuerpo masculino como propaganda de los juegos atléticos. Comienzan a quedar plasmados los ideales de belleza corporal y espiritual propios de la ética nobiliaria.

Las estatuas de los atletas no buscaban el parecido, eran retratos ideales que buscaban mantener el recuerdo de la victoria. El artista nunca conoció a los vencedores, muchas veces debían guiarse por la descripción realizada por un tercero. En este período es desconocida la idea del retrato tal cual nosotros lo entendemos.

Por el contrario, en el ámbito literario nuevamente comienza a ganar terreno el individualismo. Los poetas cultivan un estilo más subjetivo, con la clara intención de ser reconocidos y trascender. Ya no son los hombres que divierten con sus aventuras, sino que se convierten en educadores y verdaderos guías espirituales de la sociedad.

Aquí se encuentran los antecesores directos de los sofistas. Teoquis, Píndaro y Simónides recibían un salario por sus escritos. Claramente no estaban orgullosos de aquella situación, sin embargo, entendían que se trataba de las reglas del juego de esta nueva economía, que había llegado para quedarse. Esto permite que se separen las funciones de cantor y de poeta, transformándose en profesiones bien organizadas.

La tiranía y el lujo del “arte inútil”:

A fines del siglo VII a.C. la tiranía gana poder y constituye la transición a la democracia. Pone fin a la división de la sociedad en castas y establece límites a la explotación del pueblo. Los tiranos son ricos comerciantes, nobles, que mantienen un estilo de vida más similar al de la edad heroica. Saben de la ilegitimidad de su poder, por lo que deben aturdir a sus súbditos. Para eso transforman sus cortes en importantes centros culturales, con las mejores obras de arte y los poetas más eximios trabajando para ellos. Esquilo actúa en la corte de Hierón, mientras Anacreonte en la de Polícrates de Samos.

El arte de la época de los tiranos no tiene casi elementos religiosos, se busca la reproducción del cuerpo humano lo más perfecto posible. El arte no es un medio para alcanzar un fin, sino un fin en sí mismo Deja de ser un arma de lucha por la vida y se convierte en un puro juego de líneas y colores, en pura descripción, en puro ritmo y armonía.

Este paso de la forma práctica a la ideal se aprecia tanto en el arte, como en la ciencia y también en la moral. En esto los griegos son pioneros, ya que hasta la fecha todo arte siempre había tenido un fin, incluso la mayor parte de las formas artísticas primitivas tenía un sentido religioso. Se convierte así en una disciplina independiente de la magia y de la ciencia, transformándose en símbolo de riqueza, mano de obra superflua y de ociosidad.

Desde un punto de vista más técnico, Grecia rompe con el arte egipcio en dos aspectos fundamentales. Terminará con el estatismo, ensayando posibilidades de movimiento, y también con la frontalidad desarrollando el volumen, el cual permite que la obra sea contemplada desde todos los ángulos y puntos de vistas posibles.

El período clásico:

Se desarrolla la democracia y Pericles, elegido periódicamente estratega durante 15 años consecutivos (443 – 428 a.C.), será quien garantice su funcionamiento. La ciudad antigua de Atenas había sido destruida por los persas y Pericles no desperdició la oportunidad de llamar a artistas, arquitectos y escultores para crear una ciudad digna de un pueblo victorioso. Atenas se convierte en centro cultural y el arte comienza a expresar ideales éticos por medios estéticos, inculcando el areté (la virtud) en los individuos.

Es inevitable que la democracia no entre en conflicto con el individualismo cada vez más presente en el sentir de la población. Por un lado son aliados, ya que un sistema como el democrático da libertad de acción a los ciudadanos, pero también busca una nivelación en las clases sociales y terminar con los privilegios de nacimiento. La aristocracia se acerca a la burguesía que carece de tradición y es racionalista, pero los gobernantes siguen siendo nobles. Temístocles, Pericles y Milclíades, lo eran.

Las formas de vida de la democracia griega llegaron a ser dinámicas, libres, desvinculadas de antiguas tradiciones y prejuicios, lo que favoreció el desarrollo de un arte mundano, satisfecho de este mundo y del presente. Pero a su vez, este arte debe convivir con las antiguas fuerzas conservadoras. Así toda la historia del arte clásico se desarrolla con un predominio alternativo del estilo ideal y otro un poco más cercano al realismo propio de las clases sociales emergentes. En las esculturas del Partenón, realizadas por Policleto, es posible apreciar la síntesis de las dos tendencias.

Los artistas, en especial los poetas, no sentían simpatía por esta nueva clase social. Los grandes de los siglos V y IV a.C. como Esquilo, Heródoto, Sófocles, Platón y otros, siguen apoyando a la aristocracia. Sólo los Sofistas y Eurípides están de lado de la democracia. Esta situación retarda la llegada del naturalismo a las artes.

Aristóteles decía que las figuras del Polignoto y los caracteres de Homero “son mejores que nosotros mismos”. Es el idealismo en su máxima expresión, el arte clásico busca la representación de un mundo mejor, de una humanidad superior y perfecta.

“… los valores más sobresalientes adquieren su verdadera significación mediante la expresión artística, lo que les dará un valor permanente y la fuerza necesaria y suficiente para hacer actuar a los hombres de acuerdo a su ideales.” [5]

El artista griego busca la expresión, entendida como la exteriorización de los sentimientos. Pero se trata también de una expresividad idealizada, donde sólo cabe la belleza física y espiritual. Será recién en la época helenística donde se rompa con este modelo, para plasmar los sentimientos de forma realista y menos idealizada.

La transición hacia las formas más realistas se puede apreciar en el Discóbolo de Mirón. Esta escultura, de la cual sólo conocemos copias, busca retener la fugacidad del momento, el instante inmediatamente anterior al lanzamiento del disco. En ella aún no se logra la plenitud anatómica de otras esculturas, pero sí está a sólo un paso de la perfección.

Es importante señalar que el arte sigue siendo considerado pura habilidad manual, a pesar del importante significado de las obras para las ciudades victoriosas deseosas de exhibir con orgullo su poder. El artista sigue siendo mal pagado, lleva una vida libre de nómade y se mantiene como extranjero y sin derechos en la ciudad que le da trabajo. Bernhard Schweitzer explica la falta de cambio en la posición social del artista plástico por las condiciones económicas imperantes. El Estado es el gran consumidor de arte y prácticamente no tiene rival, hay un monopolio frente al cual ningún particular puede competir.

Se hace imposible hablar del período clásico y no mencionar el teatro, que encuentra sus orígenes en una de las tantas pillerías de Zeus. De una de sus infidelidades nace Dionisio y con él la fiesta de la vendimia, que constituye el primer acercamiento a lo después conocido como tragedia.

La tragedia es la creación artística más representativa de la democracia ateniense, la cual deja plasmada los antagonismos existentes en la estructura social. Los escritos de Esquilo, Sófocles y Eurípides son las primeras nociones del teatro occidental de las cuales se tiene data.

El hecho de que se represente ante un público es democrático, pero su contenido es aristocrático (leyenda heroica). A pesar de que las fiestas solemnes de la democracia ateniense eran gratis y abiertas a todos, no se puede considerar este teatro como eminentemente popular, ya que de alguna manera tenía una función educativa. El teatro no sólo busca entretener, también es un elemento de propaganda política y en el período clásico se alejará del culto dionisiaco, de lo mítico y de lo inconsciente, para acercarse a lo racional y al sentimiento de nacionalismo.

Es tanta la importancia de este arte durante este período, que numerosos autores atribuyen la muerte de Sócrates a Aristófanes, creador de una comedia que lo ridiculizó cruelmente.

El verdadero teatro popular es el del mimo, que presenta temas de la vida cotidiana. Procedía del pueblo y sólo buscaba entretener. Sus creaciones se han perdido por completo, si las conociéramos de seguro tendríamos otra concepción de la literatura griega.

La etapa clásica tardía:

De apoco comienza a ganar terreno lo individual, lo subjetivo y lo naturalista. La otra cara de la moneda la representa Platón quien, en el siglo IV a.C., presenta su teoría sobre el mundo de las ideas, en la Alegoría de la Caverna. Este texto no es otra cosa que una reacción al relativismo y realismo cada vez más instaurados en lo artístico.

“Platón rechaza la tendencia ilusionista en el arte, siente predilección por el clasicismo de Pericles, admira el arte griego gobernado por leyes aparentemente inamovibles. Ataca la novedad y se opone a todo lo nuevo pues ve ahí la decadencia y la anarquía”.[6]

Este siglo es una época de guerras y derrotas, de prosperidad económica y de la consolidación de las nuevas clases que comienzan a invertir en arte. El arte es sobreestimado y la sobriedad es dejada de lado, en pos de un estilo más extravagante y recargado. Los cercanos a la aristocracia, como Platón, rechazan esta sobre valoración de lo estético. Es la primera revolución iconoclasta (enemistad con el arte) de la cual se tiene registro, sin embargo no llegó a ser tan radical como veremos más tarde en pleno imperio bizantino.

El cambio de gusto en estas nuevas clases, hace que aparezcan nuevos temas: retratos, biografía, desnudo femenino, gusto por lo dioses más juveniles e impulsivos como Apolo, Afrodita y Artemisa. En el retrato aparece la perspectiva y la tridimencionalidad. La escultura se separa de la arquitectura, durante este siglo no se construyen templos, pero sí se realizan muchas obras de menor tamaño.

Praxíteles y Lisipo sustituyen el ideal viril de Policleto, subrayando el valor de lo incompleto y de lo momentáneo. Esto obliga al espectador a cambiar constantemente de punto de vista y dar la vuelta a toda la figura. Ambos abandonan la seriedad y el equilibrio de la época de Pericles, para dar paso a una barroquización de las formas. Incluso Lisipo va más allá rompiendo con el canon de Policleto, creando figuras alargadas y esbeltas en las que la cabeza cabe ocho y ya no siete veces en el cuerpo humano.

Este relativismo del cual ya hicimos mención también tiene que ver con los sofistas, que como misión buscan formar ciudadanos conscientes, juiciosos y elocuentes. Son los llamados a educar a las nuevas generaciones en la dirección política. Con ellos comienza la historia del racionalismo occidental, la crítica a los dogmas, mitos y tradiciones. Los sofistas descubren la relatividad de la verdad y de la falsedad, de los justo y de los injusto, de lo bueno y de lo malo.

Eurípides es el representante de esta tendencia en el teatro. Esquilo y Sófocles, en cambio, creían en la justicia del destino, mientras Eurípides pensaba que todo podía pasar. Además de literato, es filósofo, demócrata y amigo del pueblo. Al igual que los sofistas es un desarraigado social, sus mensajes no iban a la aristocracia, pero al cobrar por sus servicios el pueblo tampoco podía pagar. En su obra cumbre, Medea se pude apreciar cómo el autor toma partido por el que se revela en contra del poder existente. Por otra parte, Eurípides se niega a desempeñar una papel en la vida pública, mientras que Esquilo era soldado y Sófocles sacerdote. Quizás todo esto influyó en su escaso éxito. “… fue quizás el primer poeta desgraciado, a quien su poesía lo hizo sufrir”.[7]

Período helenístico:

Durante los años que siguen a Alejandro Magno, el foco de atención se traslada a Grecia oriental. Por primera vez se gesta una cultura mixta de verdad, que le da a la época helenística su carácter moderno.

El racionalismo adquiere validez en todos los campos. Se gesta una gran comunidad de literatos, artistas y sabios de mundo. Se crean instituciones de investigación, museos y bibliotecas. El Estado helenístico emplea y manda de un sitio para otro a sus funcionarios, fomentando esa existencia más libre y desarraigada que ya había sido experimentada por los sofistas.

En arte todos los estímulos son aceptados. Hay gusto por la producción de todas las épocas de Grecia y comienzan a realizarse colecciones de manera sistemática, incluso se hacen copias cuando faltan las originales. Estas colecciones son las precursoras de los museos y galerías de arte. En las cortes de los príncipes el estilo imperante es el barroco, mientras que los nuevos clientes burgueses piden representaciones naturalistas, más fieles a la realidad.

El hombre que hasta ese tiempo era objeto casi exclusivo de representación artística cede paso a otros temas del mundo objetivo como el bodegón o naturaliza muerta.

En la escultura se manifiesta un gusto por los cuerpos retorcidos, dejando atrás la serenidad en las formas fidíacas. Se comienza a individualizar al retratado, práctica que se extenderá con mucha más fuerza durante el imperio romano. La diosa del amor Venus, consume gran parte de la inspiración artística, destacando la hermosa Venus de Milo, la cual demuestra todavía el gusto por la anatomía y la insistencia en la delimitación de los músculos.

A finales de este período, comienza a vislumbrarse la preferencia por temas que habrían sido considerados indignos durante la época clásica. La vejes, lo feo, la niñez y el gusto por la acción y gestos del ser humano se instalan en la artes de Grecia, para dar paso de manera gradual y no traumática al realismo y utilitarismo, características del Imperio Romano.

La llegada del imperio y el fin de la época clásica:

El arte romano parte del antecedente griego, no desde la conquista del egeo en el siglo II a.C. sino desde mucho antes. No obstante, el fenómeno se intensifica cuando se conquistan los reinos helenísticos, lo cual no tuvo demasiada aceptación en la población del naciente imperio, ya que muchos vieron este proceso como una humillación que anulaba la inclinación del romano a su propia cultura.

El barroco helenístico llegó a un punto muerto, donde no se hacía más que repetir gastadas fórmulas. Así Roma crea bajo los césares, al mismo tiempo que la administración unitaria del imperio, su arte imperial.

Su antecesor, el arte etrusco, también presenta elementos del arte griego, aunque hay quienes piensan que es un estilo absolutamente original. Es una arte sencillo, que no persigue una valoración absoluta de la belleza. También es bastante cotidiano pues en él la línea prevalece sobre el volumen y el dibujo sobre el color.

Durante el gobierno de Augusto, la influencia griega todavía se deja sentir con fuerza, en especial en la escultura. Al igual que lo hizo Pericles, se rodea de escritores, entre ellos Virgilio, y de arquitectos que construyen la grandeza y esplendor del Imperio.

Roma aprovechó los modelos escultores de la época clásica y helenística. La admiración de las clases aristocráticas por el arte griego y el hecho de que la mayor parte de escultores que trabajaban en Roma eran de origen griego, generó una corriente de mimetismo con Grecia. Incluso gracias a las copias y reproducciones realizadas en este período podemos conocer grandes obras de la Grecia antigua, que de otro modo se habrían perdido.

El retrato imperial romano es una de las principales formas de arte oficial. Casi siempre esculpido, corresponde a la imagen que el soberano quiere dar de sí mismo. En esta disciplina también es posible diferenciar etapas que tienen que ver con la mayor o menor realidad dada a las obras.

En la época republicana el retrato se realizaba hasta el cuello, con posterioridad fue ampliado hasta el busto. Se retratan personajes tanto públicos como privados. Son rostros enérgicos y fuertes con una cierta idealización. En la época imperial, el retrato de emperadores presenta una mayor idealización, como manera de reconocer los méritos de cada uno. Sin embargo, se siguen respetando sus rasgos individuales y el carácter del retratado. Ya en el bajo imperio (hasta el siglo V) la escultura se aleja del clasicismo, la expresión del rostro se hace más intensa, pero se acentúa la simplicidad y el hieratismo, volviendo un poco a las cualidades desarrolladas en el arte griego arcaico.

La pintura es el arte popular por excelencia. Ésta se dirige a las masas, pues habla el lenguaje de todos, representando temas más triviales e efímeros. Se representan hazañas, ciudades vencidas, incluso delitos y coartadas ocurridas en los juicios, hay un marcado carácter práctico en ellas. El fresco, pintura con pigmentos de color extendidos sobre un muro de cal y arena fresca, será una técnica cada vez más extendida en el imperio.

La columna de Trajano muestra el gusto por la anécdota, en este caso representada a través del relieve esculpido. Surge el estilo épico en las artes figurativas, que luego tomará especial fuerza durante la era cristiana.

Tanto en la época de la República como del Imperio siguen estando vigentes las mismas opiniones sobre el trabajo manual que en la Grecia clásica. El pueblo de campesinos que dominará Roma en los siglos III y II a.C. no es, a pesar de su familiaridad con el trabajo, muy favorable al arte y al artista. Sólo la pintura se extiende entre los círculos de la nobleza. Nerón, Adriano y Marco Aurelio pintaban, por lo que era una actividad considerada honorable siempre y cuando no se cobrara dinero alguno.

La escultura, debido a la fatiga que implica, continúa siendo considerada como una ocupación no noble. Plutarco diría: “Ningún joven de buen natural deseará, al contemplar la Hera de Argos o el Zeus de Olimpia, ser Fidias o Policleto.” [8]

A pesar de las variaciones entre la cultura griega y la romana, hay algo que se mantuvo a lo largo de todo el período clásico; el prestigio que daba el ocio ostentoso.


Las diferencias entre el arte griego y romano.

En las bases de las artes griegas y romanas hay temperamentos diferentes; el del esteticismo heleno y del pragmatismo romano.

Una de las grandes creaciones de Roma fue el derecho romano. ¿Se puede vivir sin normas? Entre las numerosas culturas que conforman el imperio se necesita un diálogo abierto y franco. Lograr la convivencia de personas favoreció un arte realista que plasmara mejor las diferencias y no las similitudes.

Es en el retrato donde la escultura romana se diferencia claramente de la griega y adquiere rasgos propios. Para los romanos la escultura y, dentro de ella el retrato, representa la expresión máxima del realismo. La misión del escultor romano no es crear formas que representan la belleza ideal, sino reproducir la naturaleza, la realidad. Frente a la abstracción de tipos idealmente bellos y perfectos, los escultores romanos esculpen personajes concretos y exactos, aceptando la naturaleza y las imperfecciones presentes.

Este hecho, trae consigo otra diferencia importante. Muchos de los clientes son familias, por lo que las obras están concebidas para el ámbito privado, y no necesariamente para el público como en Grecia, donde el gran consumidor de arte siempre fue el Estado.

El sentido realista de la plástica romana tiene sus orígenes en la fidelidad de los etruscos en los retratos funerarios (se ponían mascarillas de cera en el rostro del difunto), también en el sentido práctico del pueblo romano, el gusto por la historia y por dejar memoria de lo acontecido y, por supuesto, por su respeto a la diversidad. Todo esto llevó a Roma a representar las cosas como son y no como desearían que fueran.

En cuanto a la temática, en Grecia y Oriente las artes plásticas carecen de acción, nada épicas y para nada dramáticas, las del arte romano y cristiano son ilustrativas, dotadas de movimientos cinematográficos. El arte oriental antiguo y el griego consisten en figuras esenciales e individuales, en cambio, el arte romano es pintura histórica.

Desde esta perspectiva Gotthold E. Lessing llama al arte griego “momento pregnante”, el cual consiste en una acción sostenida en el tiempo, pero cargada de movimiento; el Discóbolo de Mirón es un buen ejemplo de esto. Franz Wickoff lo denomina como “aislante”, mientras que al arte romano tardío y cristiano medieval como un “continuo”. El continuo brota de una intención artística épica, ilustrativa y cinematográfica. Se busca relatar una historia mediante la repetición de la figura inicial en cada fase, equivalente a lo que hoy conocemos como animación cuadro a cuadro.

Con respecto a la arquitectura, Roma toma elementos esenciales del arte clásico, pero en muchos aspectos es radicalmente opuesta. Grecia valoraba el espacio externo, mientras que Roma valora el interno, en el cual la persona se siente inmerso. Sólo ahí el hombre puede fundirse con lo útil y práctico.

Esto los llevó a desarrollar la idea de urbanismo y desplegar toda su capacidad práctica en las obras de ingeniería. Debían hacer frente al problema del crecimiento de la población, impresionar al resto del mundo y favorecer el proceso de colonización. Destacan los puentes, las vías y acueductos. La basílica es el gran edificio romano, creado para cumplir funciones múltiples de diversión, administración pública y de justicia.

Pero hay algo que se mantiene más o menos inalterable durante todo el arte de la antigüedad clásica; el poeta es considerado especial, mientras que el artista plástico es despreciado. El escultor y pintor muestran el cansancio y el agobio en sus ropas y cuerpos, además cobran dinero y no lo ocultan. El trabajo menudo, paciente y agotador que realizan es considerado símbolo de debilidad. Pero las obras son altamente apreciadas como símbolos de religión y propaganda, esto determina que se separa la obra de su autor, honrando el producto en detrimento de su creador.


El arte primitivo cristiano.


En los primeros siglos de la era cristiana, la vida en el imperio se mantuvo casi inalterada, las mismas instituciones, la misma organización en el trabajo y las mismas fuentes y métodos de educación. Debido a esto el arte también cambia lentamente. Éste se vale de las herramientas conocidas en el período clásico, pues no tenía otras. El arte paleocristiano no cambia las formas artísticas, sino la función social de éstas. Se busca transmitir los nuevos valores e ideales de vida a quien quiera conocerlos.

“El cristianismo dio muy pronto respuesta a las preguntas que el mundo se hacía angustiado, pero para dar forma artística a estas respuestas hubieron de trabajar muchas generaciones.” [9]

El arte cristiano primitivo de los primeros siglos es sólo una forma más evolucionada del arte romano tardío, que desarrolla el impresionismo en la pintura. Este estilo termina definitivamente con el arte antiguo al hacer figuras más ligeras, aéreas, planas, perdiendo su peso corpóreo, solidez y consistencia física. Durante la época Constantina ya hay una tendencia a la espiritualización y abstracción, se vuelve a la frontalidad oriental, solemnidad y jerarquía. Esto lo encontramos en las pinturas de las catacumbas, mosaicos bizantinos y manuscritos.

Pintar en las Catacumbas no era tarea fácil, la poca luz y el apuro llevó a estos pintores plasmar imágenes espontáneas, que parecen a renunciar a todo lo material. Son obras de artesanos, aficionados o pintores de brocha gorda, con más sentimiento que técnica. Aquí se produce un salto del impresionismo al expresionismo, que muestra una técnica más tosca, expresando la angustia y temor de los cristianos perseguidos. Esta tosquedad no es intencional, sino circunstancial, pues se renunciará a ella después del Edicto de Tolerancia, cuando se convierte en el arte oficial de la corte y de los círculos elegantes.

El sentido educador del arte cristiano, permite que se tome el elemento épico – ilustrativo propio del antiguo imperio. Los relieves, mosaicos y pinturas primitivas pretenden ser relatos en imágenes de historias bíblicas. Historias extraordinarias, de hombres extraordinarios que realizan grandes hazañas; Daniel y Jonás son los favoritos. Como novedad, éste es el único arte que ha representado a Jesús como niño, sin barba, mostrando la belleza propia de la inocencia. Escultores de monumentos imperiales, fieles al estilo naturalista, ilustraban escenas bíblicas en los sarcófagos cristianos.

Los concilios de Nicea (325), Constantinopla (381), Efeso (431) y Calcedonia (451), establecen la naturaleza divina de Jesús, del Espíritu Santo y de la Virgen. Estas manifestaciones constituirán la temática del arte cristiano desde las catacumbas hasta las últimas pinturas de Dalí.


Arte bizantino y románico.

Oriente griego no experimentó durante la invasión de los bárbaros la ruina de su cultura como sucedió en Occidente. La población de Constantinopla sobrepasa en el siglo V el millón de habitantes y su riqueza y esplendor era propio de un reino de hadas. Bizancio es una ciudad cosmopolita, centro industrial y del comercio internacional.

La forma de gobierno del Imperio Bizantino es el Cesaropapismo, concentración del poder temporal y espiritual en manos de un autócrata. El emperador tiene supremacía sobre la Iglesia, ya que ellos gobernaban por gracia de Dios. No se consideraban de ascendencia divina, pero sí como los representantes de Dios en la tierra, ésta es una diferencia fundamental con los imperios de Occidente en los que los emperadores eran soberanos temporales, para los que la Iglesia era continuamente un rival.

Las historias extraordinarias sobre un hombre, hijo de Dios, que muere y resucita causaron conmoción tanto en Grecia como en Roma. Cada pueblo, según sus propias características, encontrará la manera más adecuada de ilustrar este complejo tema.

Jesús es luz, por lo que representar la luminosidad en el arte será un desafío tanto para los romanos, como para los griegos cristianos. El arte románico, más familiarizado con la pintura, sintieron la necesidad de representar la luz a través de pigmentos más claros, los griegos en cambio utilizaron la técnica del mosaico que conocían bien. Así el arte bizantino tapiza las murallas con mosaicos, dando la sensación de la ausencia total de paredes. El oro será un elemento más utilizado en los íconos, imágenes de Cristo, de la Virgen o de los Santos, adornados también con piedras preciosas.

“La luz y los resplandecientes rayos de sol llenan el templo. Se diría que el espacio no está alumbrado desde el exterior por el sol, sino que el foco luminoso se encuentra en el interior (…) Dada la ligereza de la construcción, la cúpula no parece apoyarse en una construcción sólida, sino cubrir el espacio de una esfera de oro suspendida en el cielo (…) Los destellos de la luz impiden al espectador detener su mirada en los detalles.” [10]

El arte cristiano bizantino debe su desarrollo a la autoridad absoluta de la Iglesia, ya que el objetivo de ambos era el mismo: expresión de la grandeza sobrehumana del misterio de Cristo. Se busca una actitud de respeto y reverencia, por lo que se representan figuras frontalmente, mediante el cual la figura alcanza un carácter de imagen ceremonial.

“En el arte bizantino Cristo es representado como rey, María como reina, ambos sentados sobre sus tronos, llenos de reserva, inexpresivos, distantes. La larga comitiva de apóstoles y santos se aproxima a ellos con ritmos lentos y solemnes. Los ángeles asisten y forman procesiones estrictamente ordenadas. Un ritual que prohíbe a la figuras moverse libremente, salirse de las filas uniformes e incluso mirar a un lado.” [11]

“La producción artística bizantina en consonancia con la Grecia clásica repitió modelos que consideraba respetuosos, alejando en exceso a la persona real de Dios, a su carne y a sus huesos. La difusión de este lenguaje helénico en la península itálica encontró resistencia por parte de una población también cristiana, pero ya habituada al realismo romano.” [12]

La Iglesia griega cristiana sigue fiel a los prototipos fijados hace 1.500 años, ya que para ellos constituyen la mejor manera de transmitir el mensaje evangélico completo sin deformaciones.

Esto nos demuestra que habiendo una base común en el arte de las ciudades del mediterráneo se produce un quiebre que dura hasta hoy. Los griegos se sintieron atraídos por la naturaleza mística de Jesús, mientras que los romanos querían representar su naturaleza humana.

Las diferencias también se hacen evidentes en la arquitectura. La arquitectura bizantina desarrolla el concepto de basílica cristiana, pero introduciendo la cúpula en su diseño. La catedral de San Marcos de Venecia y Santa Sofía en Estambul son un buen ejemplo construcciones cien por ciento bizantinas. El estilo románico en cambio es más sencillo, utiliza técnicas de construcción conocidas como el ladrillo y el mármol, y busca la solidez y sobriedad del edificio.

La revolución iconoclasta:

Al hablar de arte bizantino, es absolutamente necesario referirse al movimiento iconoclasta, el cual nace como una tendencia subterránea de poca importancia, para cada vez tomar más fuerza durante el siglo VIII, justo antes de la conformación de Occidente.

Se había instalado la idea en los círculos ilustrados, que había que combatir las imágenes de culto. La variedad de temas representados, primero por el arte paleocristiano y luego por el bizantino, hacía pensar a muchos que se tratada de adoraciones idolátricas. Por otra parte, se rechaza también el exagerado gusto por la estética desarrollado por los griegos.

Asterio de Amasia, un obispo de la época, señaló claramente: “No copies a Cristo, ya que le basta con la humillación de la encarnación a la cual se sometió voluntariamente por nosotros, antes bien, lleva en su alma espiritual el verbo incorpóreo”.

Los factores que favorecieron este movimiento son variados, aunque unos más determinantes que otros:
- En Bizancio rondaba la idea que las derrotas en las guerras se debía a la idolatría de imágenes. Las victorias militares de los árabes, que carecían de imágenes en su religión, llevó a pensar que la causa de su éxito obedecía a ese factor.
- Al emperador León III no sólo le interesaba la lucha contra la idolatría, sino que perseguía la atención de los círculos distinguidos e ilustrados. En estos círculos se había gestado esta idea reformista de rechazar no sólo las imágenes icónicas, sino que también los sacramentos considerados como rituales paganos.
- Sin duda, el motivo más importante de esta revolución es la lucha de los emperadores y sus partidarios contra el creciente aumento de poder del monacato. La influencia de los monjes en la población es cada vez mayor y favorecían el culto a los santos y la veneración de las reliquias, además eran los principales terratenientes y no pagaban tributos. Privaban de fuerzas juveniles al ejército, por lo que el prohibir el culto a las imágenes significaba arrebatarle su más eficaz medio de propaganda.

Con León III no se persiguieron a los monjes, pero sí se les hirió en lo más profundo prohibiendo sus imágenes, ante todo ilustrativas. “Si el emperador quiere hacer triunfar sus ambiciones totalitarias debía, ante todo, destruir esta atmósfera mágica y vaporosa.” [13]

Más adelante, el movimiento conservador no provendrá de las cortes, sino de los monasterios, es decir, de los mismos lugares de dónde antes habían salido las ideas más liberales y popular. Antes, el arte áulico se esforzaba por observar un canon fijo, unitario, intangible, años después esto lo hará el arte monacal.


Rávena; donde confluyen ambos estilos.

Será la ciudad de Rávena, en la costa adriática italiana, el centro cultural predominante durante el período del paleocristiano y primeros años del bizantino.

Es en este lugar donde se puede apreciar la perfecta conjunción de estilos tan disímiles entre sí como el bizantino y el románico. Ambos se funden para demostrar que de dos opuestos sí pueden resultar creaciones magníficas.

Como un primer acercamiento, es posible afirmar que las construcciones de las iglesias siguen netamente el estilo románico, sobrio y austero. Pero en su interior, el despliegue de mosaicos evoca el lujo y la elegancia propia de Oriente.

La temática es fundamentalmente religiosa, pero no se descuida el aspecto propagandístico del poder, por lo que es posible apreciar figuras de gran relevancia como el emperador Justiniano y su esposa Teodora, rodeados de sus respectivos séquitos. En el caso de personajes públicos, la representación es mucho más naturalista y fiel a la realidad, pero cuando se trata de ilustrar las figuras religiosas se vuelve al idealismo de lo sublime, alejado de lo terrenal.

San Apolinar Nuevo, San Apolinar in Classe, San Vital, los baptisterios y el mausoleo de Gala Placidia constituyen los centros religiosos y culturales de los siglos VI y VII.

Quién pensaría que en una ciudad de no más de 653 km2 y con una población de alrededor 150 mil habitantes, se encontraría la síntesis perfecta de 3000 años arte clásico. Las magníficas construcciones anteriormente señaladas, así lo demuestran.

Soledad Acuña Arrieta.


Bibliografía utilizada:

BANGO, I. y BORRAS, G.M. “Arte bizantino y arte del Islam” en Conocer el Arte, historia 16, volumen 3, Madrid, 1996.

DI GIROLAMO, Vittorio. “Giotto: Mutó del arte griego al cristiano” en Humanitas número 6, Pontificia Universidad Católica de Chile, abril – junio, 1997.

GROMBRICH, Ernst Hans. “La historia del arte”. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999.

GROMBRICH, Ernst Hans. “Arte e ilusión: estudio sobre la psicología de la representación pictórica”. Barcelona, Editorial Debate, 1998.

HAUSER, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Barcelona, Editorial Debate, 2003.

SCHRÖDER, José Enrique. “La educación en la historia (fragmentos articulados)”. Santiago, Facultad de Humanidades, Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de las Américas, 2006.



[1] Citado en Schröder, José Enrique. “La Educación en la Historia”. Santiago; Facultad de Humanidades, Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de las Américas, 2006, pág. 99.
[2] “La ciudad y el mundo”.
[3] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 81.
[4] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 87.
[5] Schröder, José Enrique. “La Educación en la Historia, Santiago”. Facultad de Humanidades, Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de las Américas, 2006, pág. 51.
[6] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 125.
[7] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 123.
[8] Citado en Hauser, Arnold,. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 149.
[9] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003, pág. 154.
[10] Bango, I. y Borras, G.M., Arte bizantino y arte del Islam, en Conocer el Arte, historia 16, volumen 3, Madrid, 1996, pag. 16.
[11] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003,
pág. 167.
[12] Di Girolamo, Vittorio. “ Giotto: Mutó del arte griego al latino”, en Humanitas nr. 6, Pontifica Universidad Católica de Chile, Santiago, abril – junio, 1997.
[13] Hauser, Arnold. “Historia social de la literatura y el arte”. Editorial Debate, Barcelona, 2003,
pág. 175.