viernes, 22 de agosto de 2008

La fantasía en la obra de J.R.R. Tolkien



El mito y la renovación como elementos esenciales de la subcreación.

J.R.R. Tolkien siempre fue enfático en señalar que él nunca inventó nada, que simplemente fue un buen descubridor, que a pesar de haber sido capaz de concebir todo un mundo paralelo con una cosmogonía y una historia propia, poblada de diferentes especies con lenguas diversas; él tenía la clara sensación de que registraba algo que perpetuamente ha existido. Efectivamente, su fantástica Tierra Media tiene mucho del mundo real, no sería posible explicar el éxito arrollador de 50 millones de copias vendidas (específicamente de “El Señor de los Anillos”) si no hubiera en esa historia algo con lo cual identificarse. La mitología desde los pueblos del norte hasta el mediterráneo, la naturaleza desbordante de la campiña inglesa, la compleja historia de Europa durante la primera mitad del siglo XX y sus creencias como católico, se encuentran contenidas en su prolífera obra.

Tolkien habla de temas que son eternos y que no tienen tiempo. Sus historias apuntan a la esencia y a los orígenes del mundo, las cuales son inherentes a todos los hombres, sea cual sea su cultura. Se propuso crear una mitología para Inglaterra que diera respuesta a las preguntas esenciales, que cualquier sociedad se hace, y de alguna manera lo logró. Para eso se hizo valer de los ingredientes que ardían durante siglos en la “Gran Marmita”, como él llama a esta enorme acumulación de conocimientos y experiencias, un equivalente a la memoria colectiva de la cual habla Jung algunos años antes. Sus diversas historias como “El Hobbit”, escrita para sus hijos; el Silmarillion, que nunca pudo terminar del todo y “El Señor de los Anillos”, que le llevó alrededor de 14 años de su extensa vida, dan cuenta de esta realidad. En ellas es posible reconocer aspectos comunes a todos, los cuales pueden ser interpretados de manera diferente según el contexto individual de cada uno. Esto tiene relación con la férrea oposición de Tolkien de catalogar su obra como una simple alegoría, tema que desarrollaré detalladamente un poco más adelante.

En todo este proceso el hecho de que Tolkien fuera católico cobra una importancia fundamental[1]. El negarse a afirmar que ha creado algo nuevo, tiene relación con que para él sólo puede existir un creador que es Dios. Frente a esto, él sólo puede ser un subcreador, alguien que concibe un mundo secundario apoyado en la realidad que todos conocemos. El arte subcreativo tiene como cualidad esencial la sorpresa y el asombro que derivan de la imagen, otorgando a las criaturas de ficción la consistencia interna de la realidad, un hecho sumamente importante, ya que sólo así este nuevo mundo puede ser comprendido y reconocible. En su ensayo “Sobre los cuentos de hadas”, Tolkien lo expresa claramente: “El arte es el eslabón operacional entre la imaginación y el resultado final de la suCbreación”.

Como buen filólogo y estudioso de lenguas antiguas, Tolkien cree firmemente que el lenguaje es la mejor arma para crear estos mundos paralelos. Son las palabras las que permiten al hombre abstraer y generalizar, lo que a su vez le da la facultad de ser mágico, entendiendo la magia como un arte y no una técnica. Con el poder del adjetivo el hombre da inicio a la fantasía, puede concebir lunas azules y árboles de plata, es decir, cualquiera puede ser subcreador.

Las reflexiones de Tolkien sobre la tarea creativa son menos conocidas que sus historias escatológicas sobre La Tierra Media. Ésta es la razón por la cual el tema a tratar en el siguiente ensayo dice relación sobre este aspecto importantísimo de la obra del escritor inglés. En sus reflexiones “Sobre los cuentos de hadas” y en “Beowulf: los monstruos y los críticos” desarrolla este tema en profundidad. Basándome en los escritos mencionados (principalmente en el primero, contenido en su libro “Árbol y hoja”) intentaré desentrañar el proceso de subcreación inmerso en uno de los libros más importantes del siglo XX. Claramente sería imposible desarrollar este tópico analizando la obra completa de Tolkien, pues eso probablemente daría para escribir un libro completo, simplemente pretendo hacer sólo un acercamiento a este tema, planteando algunas interrogantes e intentando dar respuesta a otras.

La fantasía, de la manera como el propio Tolkien la entiende, será el punto de partida de este análisis, lo que nos permitirá adentrarnos en su mundo secundario intentando comprender cómo éste fue subcreado. La mitología y las sagas de los pueblos nórdicos no pueden dejarse de lado, es aquí donde el escritor encuentra su inspiración, al igual que en su amor por la naturaleza inculcado por su padre. Su manera renovada de ver la cosas cotidianas permite explicar un elemento esencial de este proceso subcreativo, me refiero a la sencillez presente de manera muy clara en su cuento “Hoja de Niggle”, escrito en 1939 en una pausa luego de la redacción de los primeros nueve capítulos de “La Comunidad del Anillo.” Por último, una pasada por La Tierra Media y su relación con el tiempo en la cual fue creada, será un buen ejemplo para relacionar el mundo secundario de Tolkien con su mundo primario. Estos serían, a grandes rasgos, los principales componentes de la magnífica obra de Tolkien que me propongo a analizar a continuación, teniendo muy en cuenta que esta acción va absolutamente en contra del espíritu del propio escritor, quien fue bastante enfático en señalar que no es necesario conocer los ingredientes de una sopa, para poder disfrutar de ella.

La reivindicación de la fantasía y el poder de la palabra.

No cabe duda que El Señor de los Anillos es un libro admirado por muchos, sin embargo, luego de su publicación en 1955 los detractores no tardaron en aparecer. Tolkien tuvo que escuchar durante mucho tiempo algunos críticos que acusaban a su novela de fantasiosa y escapista. De alguna manera era inconcebible que alguien estuviera pensando en historias de caballeros y orcos, mientras Europa misma se había convertido en un campo de batalla[2]. La respuesta de Tolkien a estas afirmaciones no se hizo esperar, es así como en su ensayo “Sobre los cuentos de hadas” ser refiere al tema de la fantasía y las ansias de escapar las cuales, como dice, no tienen nada de malo, pero deben ser bien entendidas.

La naturaleza y lo que conocemos, sean historias, leyendas o cuentos, constituyen el punto de partida de toda subcreación. Si bien, define fantasía como la capacidad de formar imágenes que no están en el presente, es necesario partir de un referente real. El subcreador construye así un mundo secundario, dentro del cual se relata una verdad, que está en consonancia con las leyes de ese mundo. Así, la fantasía más importante es la que logra liberarse de la esclavitud del hecho observado, es decir, cuando logramos imágenes de cosas que no encontramos en nuestro mundo primario. Para Tolkien esto constituía una virtud y no un defecto, pues lograr la consistencia interna de un mundo totalmente ajeno a la realidad es una tarea muy difícil, que no puede ser mirada en menos. Es aquí cuando la fantasía se convierte en la expresión más elevada de arte. Los que critican lo fantástico es cuando ésta se ha usado con ligereza, como un simple decorado, algo que está muy distante a lo que Tolkien quería lograr son sus historias.

Cuando se logra la consistencia en el mundo secundario se produce esa voluntaria suspensión de la incredulidad, la cual siempre es atribuida a los niños, afirmación que Tolkien pone en duda pues ésta no depende de la edad, sino de que tan bien el subcreador hace uso del poder de encantamiento que tienen las palabras. Puede que Gandalf no exista, pero de alguna manera lo percibimos como real debido a que posee una historia coherente que informa su presente de manera lógica. Las culturas creadas por Tolkien tienen sentido por su historia interna, determinada por la elaboración de diversos idiomas y la explicación de su propio proceso evolutivo contenidos principalmente en el Silmarillion. Esto es precisamente lo que pasa con su primer libro “El hobbit”, donde la narración se desarrolla sólo una vez que la etimología de esa palabra evoca toda una historia que hace coherente al personaje de Bilbo Bolsón. Una noche, en medio de varios exámenes que debía corregir, Tolkien escribe: “En un agujero en la tierra vivía un hobbit” y se propone crear toda una historia a partir de ese especial término. Éste es el carácter mágico de las palabras, el cual hace posible la subcreación de un mundo fantasioso, no falso ni ficticio, sino que totalmente creíble. Nuestra capacidad de comprender la realidad está íntimamente ligada al lenguaje, pues éste nos permite dar forma al mundo que tenemos delante y, a través, de sus palabras comprenderlo.

Las destrezas lingüísticas que Tolkien adquiere durante su vida, le permiten descubrir este poder a una edad temprana. Desde pequeño jugaba con sus primas a crear idiomas, el animalístico, en el cual se reemplazan las palabras convencionales por nombre de animales, sería el primero de muchos. Como estudiante y luego profesor de filología en Oxford, aprende a leer literatura fundacional en lenguas tan diversas como el finlandés, el griego y el latín. Éstas sólo serán la base para la cantidad de lenguajes que desarrollará en “El Señor de los Anillos”. Nuevamente toma lo conocido y lo ya existente, para su magnífica subcreación. Así el casi desaparecido Naffarin estaría inspirado en el latín y el español, pero de a poco evoluciona hacia el gótico. El Qenya, idioma de los elfos, responde a una mezcla entre el latín y el finés. El Sindarín, hablado por los elfos de la noche; el Oestron, lengua de los habitantes de Númenor; el Entico, idioma de los pastores de árboles y el Iglishmek, lenguaje secreto de los enanos, representan sólo algunas de las de las complejas lenguas construidas por Tolkien, que sin duda dan esa consistencia y coherencia necesarias a los habitantes de La Tierra Media. A este proceso de creación lingüística literaria Tolkien lo llamó subcreación, pues su mundo nuevo nace a partir de la palabra, al igual que el mundo cristiano en que primero fue el verbo.

Para Tolkien, los que catalogan su obra de escapista o “simple fantasía” son también los que creen que la ciencia es la única forma de conocimiento, que el crecimiento económico puede durar para siempre y que la naturaleza aguantará todo lo que le hagamos. Su obra sí es un escape, pero un escape a una realidad mucho más elevada, donde tanto la felicidad como la tristeza existen en doble medida.
En su grupo iliterario los Inklings[3], del cual también forma parte C.S. Lewis autor de las Crónicas de Narnia, éste será un tema de reflexión importante. De alguna manera se daban cuenta que erróneamente la fantasía se relegaba al plano de lo mágico, a lo irreal y a lo falso, mientras ellos sentían que para crear algo extraordinariamente fantástico se debía abordar la realidad a través de un prisma mítico, pero nunca intentar escapar de ella. Por todo eso, la fantasía es una actividad connatural al hombre, la cual no destruye ni ofende a la razón, no es pura evasión, sino el sueño de un mundo mejor. “Tolkien sentía respeto e incluso admiración por las capacidades creativas del hombre y, por tanto, también las suyas, que mal dirigidas podrían haber resultado arrogantes y absurdas, pero en la práctica fue un perfeccionista siempre en la búsqueda de las visiones más perfectas aún no alcanzadas, de ficción o no ficción”.[4]


Mitos y leyendas; la verdad primaria presente en el mundo secundario.

Subcreación es una forma de transmitir una verdad, es el medio para penetrar en esa realidad profunda que se esconde en las cosas cotidianas del mundo primario. Es aquí donde nos encontramos con los mitos, esos relatos que nacen justamente para comprender el mundo a cabalidad. Los mitos no tienen autor único pues son producto del folclore de cada pueblo y en su creación y transmisión participa toda la comunidad. Son un puente entre la realidad y la invención inverosímil. “A diferencia de la atención que se le prestaba a un cuento cuyo propósito era sólo entretener, los mitos son escuchados con veneración y fe religiosa, como si se tratara de una verdad incuestionable. Los narradores de mitos se llamaban bardos, runoyas, escaldos, juglares, thuri, rapsodas o amautas, según el pueblo que los nombrara, y siempre ocupaban en la sociedad un lugar de gran importancia”.[5]

Tolkien era un admirador de los mitos, no los consideraba mentiras, sino la manera más conveniente de expresar verdades que de otra forma no se habrían podido explicar. Para él, los antiguos mitos llevaban la palabra de Dios expresada a través de sus poetas. Aportaban un mensaje moral importante, por lo que merecían ser contados y escuchados por la comunidad completa. Aquí aparece la figura del héroe, el cual destaca por sobre el resto y constituye un modelo para todos, pues es en él donde la comunidad deposita sus valores. Para Tolkien la mejor representación del héroe es el guerrero nórdico, honorable, fiel y esforzado, el héroe que lucha sin esperar una recompensa. “Los héroes no mueren, no lo hacen en la historia que hemos visto y no lo harán ya más: el olvido es el auténtico sudario de los muertos”.[6]

Los estudios de Freud y Jung afirman que el contacto con el mundo mítico significa abandonar el universo cotidiano y ponerse en contacto con lo instintivo y el inconsciente individual, que muchas veces coincide con el colectivo. Tolkien piensa algo similar, al contemplar la creatividad como un proceso personal, pues un escritor debía ceñirse a su mitología privada. Lo mejor del mito es justamente eso, que cada uno lo interpreta según su propia realidad, pero sin duda a todos les dice algo. Por esto rechaza las alegorías, que tanto le gustaban a Lewis, debido a que en ellas cada idea, objeto, hecho o persona corresponde sólo una representación simbólica. En cambio el mito es una fuente inagotable, en la cual siempre es posible encontrar diversos significados dependiendo de lo que estemos buscando.

Si bien todas las historias de Tolkien presentan aspectos de diversas mitologías, son dos los escritos en los que hace referencia a este tema de manera directa: Mitopoeia (también publicado en el libro “Árbol y hoja”) y el Silmarillion. El primero corresponde a un poema dedicado a su amigo C.S. Lewis, en el que afirma que la actividad mitopoética exige que exista un subcreador, un descubridor. Así lo expresa en uno de sus párrafos: “Benditos los hombres de Noé que construyeron las pequeñas arcas, aunque frágiles y con pocos viajeros y con vientos contrarios, avanzan hacia un espectro, el rumor de un puerto que es de fe divina. Benditos los hacedores de leyendas con sus versos sobre cosas que no se encuentran en los registros del tiempo”.

Siguiendo la lógica de su texto anterior, Tolkien también busca convertirse en hacedor de mitos al diseñar la sinfonía del Silmarillion, la cosmogonía que narra lo sucedido en la primera edad de La Tierra Media. Todo empieza con la música de los Ainur, antes de Eru o Ilúvatar, es decir, Dios. Se forma la gran música, la gran armonía del mundo y comienza la narración que cuenta, entre otros episodios, el nacimiento de los elfos. Lo extenso y lo ambicioso de esta obra no le permitió a Tolkien poder finalizarla en vida. Su hijo Christopher fue el encargado de recopilar estos escritos y publicarlos, la mitología de La Tierra Media por fin vio la luz y permitió que se comprendieran muchas de las cosas que aparecen en la saga de los anillos. Esta es una obra que le llevó a Tolkien su vida entera y en una oportunidad reconoció que le habría sido más fácil escribir “El Señor de los Anillos” si el Silmarillion hubiese sido ya terminado. “Tolkien estaba tratando de hacer algo más que contar una historia. Trataba de poner los fundamentos de un mito, un mito nacional. Una mitología para Inglaterra”.[7]

El amor de Tolkien por la mitología comienza en su juventud, específicamente en 1912 cuando lee el Kalevala (Tierra de Héroes), conjunto de poemas que conforman la cosmogonía islandesa y finlandesa. Las historias tratan sobre la tragedia del destino, bastante similar a la mitología griega y a la trama presente en su libro “Los hijos de Hurín”. Pero ésta no será la única historia inspirada en los pueblos del norte de Europa que llamara la atención del joven Tolkien.

En el Museo Británico se encuentra un manuscrito del año 1000 d.C., que trata sobre el poema mítico más importante de la literatura medieval inglesa: el Beowulf[8]. La historia cuenta las hazañas de un héroe que se enfrenta al monstruo Grendel, el cual durante años acosa el reino de Hrotghar en Dinamarca. Beowulf vence al monstruo sacando su brazo, sin embargo, debe enfrentarse a la furia de la madre de éste a la cual también derrota cortando su cabeza. Una vez que el rey muere Beowulf toma el trono, gobernando el reino durante 40 años en paz. Ya siendo anciano debe enfrentarse a un dragón que escondía un tesoro. Logra vencerlo, pero éste lo deja muy mal herido. Beowulf agoniza con la tranquilidad de dejar a su pueblo el tesoro que el dragón escondía y con haberlos liberado nuevamente del mal.

Éste poema del siglo VII d.C. es rescatado recién en el siglo XIX, probablemente alentado por el romanticismo[9] y el temor latente de que la industrialización terminara con todas las tradiciones. Tolkien estudia este poema, considerado una historia ridícula por muchos, convencido de que podía rescatar la seriedad y veracidad del texto. Debido a esto publica su trabajo: “Beowulf: los monstruos y los críticos”, en el cual decía que los críticos menospreciaban el poema porque aparecían monstruos. Además no se considera el hecho de que es en este texto donde la lengua anglosajona alcanza su mayor nivel. Es una poesía triste, melancólica, que despierta la añoranza por un mundo perdido, pues desde su concepción ya se hablaba de un tiempo pasado. Pero para Tolkien este poema significa una realidad mucho más profunda e importante, representa la transición entre las creencias bárbaras y el cristianismo, sobre todo visible en la figura de Grendel. “La mención de Caín no es azarosa e imprime un estrato alegórico profundo de la saga: Caín no es sólo el primer hombre nacido de mujer y el primero en revelar el rostro de la muerte, sino ante todo es la manifestación de la rebelión del hombre que reivindica su puesto en la creación, atribuyéndose para sí lo que debe a Dios”.[10]

El dragón es el elemento principal, que funde las tradiciones paganas y cristianas. Es el guardián de un tesoro de épocas remotas, pero a la vez tienen una serie de atributos diabólicos propios del Leviatán. Las referencias de esta historia en su libro “El hobbit” son bastante claras. En él, Bilbo Bolsón también debe enfrentarse a un dragón y conseguir un tesoro.

Otros de los mitos que atraen la atención de Tolkien son las llamadas Eddas, leyendas que cuentan la historia de Harold Harfagr, el del hermoso cabello, quien vive a fines del siglo IX en los reinos del norte de Europa. Estaba enamorado de una princesa, pero ella puso por condición que se convirtiera en el rey de toda Noruega, así Harold emprende una guerra contra los pequeños reinos vecinos y logra unificar el país en diez años. Pero como era un rey cruel muchos de sus súbditos deciden abandonar Noruega, fundar un nuevo reino, Islandia, y convertirse en piratas. Surgen así los vikingos, fáciles de reconocer pues todas sus naves llevaban mascarones de proa con el símbolo del anillo. En el siglo XII Snorri Sturluson hace una recopilación de estos mitos, pero recién en 1643 el manuscrito llega a manos de Brynjólfur Sveinsson, un obispo luterano islandés que da a conocer estos escritos con los nombres de Edda Menor (prosaica) y Edda Mayor (poética). Tolkien lee las Eddas en finlandés y producen en él un gran asombro, que luego se traducirá en su obra. La Edda Mayor, principal fuente de información sobre la mitología y las antiguas tradiciones épicas del mundo germánico precristiano, narra como Odín recorre la tierra de los mortales llamada Midgrad, es decir, tierra media. Como ya sabemos los personajes de Tolkien habitan La Tierra Media y Odín presta su apariencia de hechicero errante, como la de Merlín y de Gandalf. Además, es posible reconocer otros personajes tomados por Tolkien como el mundo subterráneo de los enanos, los elfos de luz y también los de la noche.

La mitología griega no podía estar ausente. Según narran los poemas clásicos no fueron los dioses quienes crearon a la raza humana, sino Prometeo el más inteligente y prudente de los titanes. Él modela a los hombres en barro y luego les sopla el aire de la vida. Además les entrega el fuego, uniéndolos con la divinidad y separándolo del resto de los animales. Zeus lo castiga y después de tenerlo un tiempo prisionero, decide liberarlo y le entrega un anillo, unido a un trozo de la roca a la cual fue encadenado, como símbolo de libertad y esclavitud. En el Silmarillion Aulë, el herrero, es un Valar que crea una forma de vida sin que Ilúvatar se enterase.

La mitología celta es quizás la más cercana al mundo primario de Tolkien, sin embargo, la menos considerada de manera consciente a la hora de imaginar sus fantásticas historias. Si bien las similitudes entre la leyenda artúrica y la saga del anillo son evidentes en muchos aspectos[11] Tolkien sentía un disgusto por las historias de los antiguos pueblos celtas, debido a que consideraba que les faltaba un diseño y que eran demasiado enloquecidas. Sin embargo, hay una influencia presente, la cual se deja ver principalmente en las ilustraciones de guerreros celtas que dedicadamente realizaba.

El profundo anhelo de Tolkien era modernizar los mitos de su tierra y hacerlos creíbles. Así la Atlántida inspira la historia de la sumergida ciudad de Númenor; el Cantar de Roldán, a la muerte de Boromir; los nombres de los enanos están en la Edda Antigua y el Beowulf en “El hobbit”. Para él era absolutamente necesario que su pueblo tuviera una mitología que le proporcionara estabilidad y seguridad, para eso era necesario volver a buscar en los orígenes. Rollo May, en su libro “La necesidad del mito” señala que los mitos son como las vigas de una casa, no se ven pero soportan la estructura para que la gente pueda vivir en ella. Tolkien expresa algo similar en el siguiente discurso: “Para ti fue levantada esta casa, mucho antes de que nacieras. Para ti fueron destinadas sus molduras, antes de que tu madre te diera a luz”.[12]


Sencillez y renovación.

El modernizar los mitos significaba volver a los orígenes a buscar una verdad que conocía, pero que debía volver a interpretar. Tolkien habla de recovery, de recuperación, que no es otra cosa que una manera renovada de ver las cosas. El artista sólo puede recrear y eso lo hace a través de la fantasía que es presentar la realidad de otra forma. Para imaginar y lograr desarrollar una fantasía sólo se necesita aprender a volver a mirar toda nuestra historia, nuestro entorno y nuestro presente. Los elementos sencillos, cotidianos y cercanos pueden constituir nuestro mejor punto de partida hacia la fantasía.

La comarca de los hobbits se inspira en su infancia en Sarehole, donde crece su amor por la naturaleza y los árboles, inculcado también por su padre durante su primera infancia, en la lejana Sudáfrica. Éste es un aspecto interesante de destacar y que tiene que ver también con su influencia en la mitología celta, donde los árboles eran objeto de gran veneración. Tolkien vivió la experiencia de que cortaran uno de sus árboles preferidos, lo cual lo marcaría de por vida. En varias ocasiones diría que podía sentir el grito de la naturaleza mutilada, por esto es que no es raro que considerara a la sierra eléctrica como uno de los mayores horrores de nuestra era. Su representación de los grandiosos Ents y sus ilustraciones en las que se visualizan guirnalda y arreglos con hojas y ramas (similar a la tipografía desarrollada por William Morris[13]) demuestran esta conexión especial con los “habitantes de los bosques”.

Quiero detenerme especialmente en un relato corto escrito por Tolkien en 1939, el cual no sólo hace referencia a la naturaleza y en especial a los árboles que tanto amaba, sino que además cuenta con un elemento esencial de este proceso de renovación: la sencillez. Me refiero a “Hoja de Niggle” una de las historias más cercanas a la realidad y al mundo primario, lo que la convierte en una narración entrañable, que no requiere de segundas interpretaciones. En el año en que estalla La Segunda Guerra Mundial, Tolkien logra subcrear un canto a la esperanza y reafirma la convicción de que sólo hay que aprender a mirar de nuevo.

“Hoja de Niggle” constituye una verdadera excepción en la obra de Tolkien, pues es un relato que escribió de una vez, sin correcciones. No hay elfos o hobbits, ni referencias a La Tierra Media, tampoco es una narración melancólica por un pasado glorioso. Se trata de la historia de un artista sencillo al que le gusta pintar hojas cuidando cada pincelada; de a poco esas hojas, todas diferentes, comienzan a formar un árbol que a su vez se inserta en un paisaje aún más extenso. Es tanto el esmero que Niggle pone en los detalles, que cada vez su tarea se hace más pesada. Tiene miedo de no poder terminar su gran lienzo, pues sabe que pronto deberá hacer un viaje al cual no quiere ir, pero que tampoco puede evitar.

El punto de partida de esta subcreación de Tolkien no son los mitos, ni las leyendas, sino su propia vida y experiencias. También se definía a sí mismo como un hombre sencillo, que disfrutaba inventando idiomas y acabó construyendo todo un mundo. Tanto Niggle como Tolkien se sienten absorbidos por la dedicación a su obra artística, preocupados por el miedo a no poder terminarla[14] y continuamente interrumpidos en su labor, por diferentes situaciones. Niggle debe lidiar con los problemas de su vecino el Señor Parish, mientras que Tolkien debe cumplir con sus deberes académicos y contestar las miles de cartas de sus admiradores.

Es verdad, “Hoja de Niggle” constituye una singularidad en medio de la obra Tolkien, pero a la vez se podría decir que es el más fiel reflejo de todo su trabajo. En esta historia Tolkien plasma su pensamiento sobre su propia tarea, su concepción sobre la subcreación en vida y también sobre la realidad que dicha subcreación podría tener en el estado después de la muerte.

La Tierra Media; su principal subcreación.
Como ya dijimos, la motivación de Tolkien para escribir sobre La Tierra Media era crear una mitología para Inglaterra. Sin embargo, el momento en el que lo hace probablemente no es el más adecuado. Europa aún siente los ecos del nihilismo de Nietzsche y del positivismo de Comte, además de los avatares de una guerra cuyas dimensiones sólo serían superadas por la que se estaba viviendo en ese entonces. Sin duda, no era el mejor momento para hablar de orígenes y de cosmogonías, pues éstas no serían bien entendidas. Así, muchos mal catalogaron su obra de escapista, sin embargo, al escribir el Señor de los Anillos Tolkien no estaba escapando del siglo XX, en su fantástico mundo él hace referencias a hechos muy reales, que para nada se encuentran al margen de la contingencia del momento. “Sospecho que él opinaba que lo que estaba sucediendo en el siglo XX era exactamente lo que sucedía en sus historias”.[15]

La Segunda Guerra Mundial constituía el punto cúlmine de un proceso de industrialización que terminó por originar verdaderos monstruos como el comunismo y el fascismo. A pesar de que niega de manera tajante cualquier alegoría, podríamos decir que en El Señor de los Anillos es un tanto evidente la referencia a la amenaza del consumismo materialista, representado por Sauron y Mordor, sobre tres grandes bienes. Me refiero a la vida comunitaria, la naturaleza y los valores espirituales. “Ésta es la culminación de un proceso que empezó a manifestarse en el siglo XVII, alcanzó la mayoría de edad en el siglo XVIII, cobró nuevas formas y nuevos bríos en el siglo XIX y continúa cada vez con más fuerza (aunque desigualmente) en el siglo XX bajo el estandarte de la globalización económica”.[16]

En Europa hacia los años ’50 la sensación de que todo se divide entre bien y mal, estaba bastante extendida. Se le criticó por hablar sobre lo malvado y lo oscuro, temas que se habían convertido en tabú. Sin embargo, Tolkien era honesto con lo que estaba sucediendo, pues los terribles hechos acontecidos no podían obviarse en el proceso subcreativo. Pasó por algo parecido a lo que vivió Schönberg y otros músicos expresionistas al crear el dodecafonismo, cuya base son las melodías atonales. Para ellos era imposible crear una música afinada, si el mundo estaba siendo destruido.

En “El Señor de los Anillos”, Tolkien pone en tela de juicio la Nación – Estado, la ciencia y la tecnología, el capital financiero, el nihilismo cultural y la devastadora destrucción ecológica. Pero no desespera ante estos hechos, pues él está seguro de que algo se puede hacer. Está seguro de que el anillo sí se puede destruir.

Es así como uno de los temas centrales de la saga es la muerte y el deseo de la inmortalidad, que también puede interpretarse como la lucha entre el poder y la dominación. La inmortalidad puede ser un castigo, ya que el saber que vamos a morir nos permite vivir la vida con mayor intensidad; aún así, es posible reconocer personajes longevos extraordinarios como los Ents y Tom Bombadil. La misma contradicción se da con el anillo, que da poder al que lo posee, pero a la vez lo domina convirtiéndolo en un verdadero esclavo. “Creo que lo que tenemos en El Señor de los Anillos es una épica de la condición humana (…) Para decirlo de un modo más literario, la tragedia de Frodo es como la síntesis de la gran tragedia que es la obra, y no es la de Frodo aunque sí la contiene”.[17]

A pesar de que Tolkien dice que planeó muy poco al escribir “El Señor de los Anillos”, las coincidencias con su vida, su fe cristiana y los elementos de diversas mitologías estudiadas por él son evidentes. El elemento mitológico más claro presente es la eterna lucha entre el bien y el mal, el enfrentamiento entre contrarios, pero no como dos fuerzas equivalentes. El mal existe por la ausencia del bien y por la debilidad de las razas benevolentes, Freud lo denominó como el lado daimónico presente en todos. Cualquiera está expuesto a caer y ser doblegados por esta maldad que, según se vislumbra, nunca podrá ser derrotada en totalidad. Al igual que las grandes obras de arte de todos los tiempos, la saga del anillo constituye una historia catártica, pues el que se enfrenta a ella de alguna manera se siente aliviado.

Todos estos miedos y esperanzas de Tolkien que, por cierto, están muy relacionados con la modernidad, tocaron una fibra sensible en el público lector. La crisis a la cual hace referencia es universal y atemporal, siempre ha estado presente y, al parecer, siempre lo estará. Son todos estos aspectos los que le entregan el carácter mítico a la obra de Tolkien. Sin duda, podemos comprender mejor los avatares de La Segunda Guerra, si leemos “El Señor de los Anillos” sin olvidarnos del tiempo en el cual fue escrito. Esta historia entrega un mensaje esperanzador, en medio de tanta crueldad: Si queremos que nuestro futuro tenga sentido, no podemos olvidar nuestros orígenes y lo que somos.

Reflexiones finales.

Mi intención no ha sido intentar explicar en profundidad las tres sagas entrelazadas, ni tampoco las otras obras a las cuales hago mención. Sin duda, el trabajo de Tolkien puede representar para algunos la actualidad del momento, para otros el reflejo de la vida y de las experiencias del propio autor, otros la considerará el resultado de una síntesis de mitos de diversas culturas y algunos, como yo, pensarán que es todo eso y probablemente más. Ante esto, sólo puedo decir que simplemente busqué realizar un acercamiento al tema de la subcreación y esbozarlos de manera que se pueda reflexionar sobre él.

La época en la cual vivimos está carente de mitos, somos el resultado del período ilustrado que pone como centro del conocimiento a todo lo lógico y racional. La religión ha perdido importancia y de mitología ni siquiera se habla. Los mitos actualmente son sinónimo de mentiras y en nada podrían ayudarnos a conocer la verdad de las cosas. Sin embargo, el tiempo también se ha encargado de demostrarnos los equivocados que estamos, las enfermedades por depresión y el éxito de la literatura de autoayuda ratifican esta realidad. Necesitamos de los mitos para darle sentido a la existencia, que así a simple vista no la tiene. Éste es el espíritu que llevó a Tolkien a desarrollar su magnifica historia épica, la cual resultó ser un mito cosmogónico, teogónico y escatológico al mismo tiempo.

Tolkien supo interpretar la ansiedad de su pueblo, de Europa y posiblemente del mundo. La subcreación se convirtió en el proceso idóneo para emprender su ambiciosa tarea, debido a que la actitud humilde del subcreador le permite asombrarse y sorprenderse con cosas cotidianas y así lograr adentrarse en el universo de la fantasía, pero de la fantasía creíble y consistente, que obedece a sus propias reglas y se manifiesta de manera coherente y verosímil hacia todos. Así, la obra de J.R.R. Tolkien marca un antes y un después, dando un paso más allá en el género de la ficción fantástica.


Bibliografía utilizada:

LARIOS, Gonzalo. “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario. Santiago, 2005.

PEARCE, Joseph. “J.R.R Tolkien, señor de La Tierra Media”. Minotauro. Barcelona, 2002.

REPÚN, Graciela. “El mago y el escritor, biografía de J.R.R. Tolkien”. Ediciones Norma. Bogotá, 2006.
TOLKIEN, J.R.R. “Árbol y hoja”. Minotauro. Barcelona.

[1] Cuando la madre de Tolkien, Mabel Suffield, decide convertirse al catolicismo tuvo que enfrentar el rechazo de su familia, esto le produjo una serie de disgustos que desembocaron en una enfermedad que le causa la muerte, cuando Tolkien apenas tenía 12 años. Este hecho, de profunda tristeza, lo lleva a prometer que seguirá siendo católico, religión que abrazará con fervor y la cual condicionará de alguna manera su obra.

[2] Tolkien escribe El Señor de los Anillos durante la Segunda Guerra Mundial. Su redacción se llevará a cabo en dos etapas, entre 1937 – 1949 y 1954 – 1955, que es cuando finalmente se publican los tres volúmenes del libro en Reino Unido.

[3] Los Inklings son un cenáculo de académicos y escritores ingleses, en su mayoría de creencias cristianas, que se reunían en Oxford entre 1930 – 1960 en el bar “The eagle and the child”. Su aporte a la teoría de la literatura como disciplina fue importante. Entre sus más reconocidos miembros se encontraban J.R.R. Tolkien, C.S. Lewis, Owen Barfield, Charles Williams, entre otros.

[4] Jefferey, Richard. “Árbol y hoja: desarrollo de los escritos de Tolkien” en “J.R.R. Tolkien; señor de La Tierra Media”. Minotauro, Barcelona, 2002. Pág. 164.

[5] Repún, Graciela. “El mago y el escritor; biografía de J.R.R Tolkien”. Editorial Norma, Bogotá, 2006. Pág. 120.

[6] Vicencio, Felipe. “Raíces celtas en El Señor de los Anillos” en “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, Chile. Pág. 58.

[7] Fairburn, Elwin. “J.R.R. Tolkien: una mitología para Inglaterra” en “J.R.R. Tolkien; señor de La Tierra Media”. Minotauro, Barcelona, 2002. Pág. 95.

[8] Beowulf es la conjunción de dos palabras en inglés Bees y Wolf, es decir, lobo de abejas, es decir, comedor de miel o más bien oso.

[9] Me refiero al movimiento artístico de mediados del siglo XIX conocido como el Romanticismo, el cual idealizaba la Edad Media y buscaba su inspiración en las raíces y las tradiciones de su pueblo.

[10] Roa, Armando. “Reflexiones a propósito de la lectura de Tolkien del Beowulf” en “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2005. Pág. 41.

[11] Las semejanzas entre El Señor de los Anillos y la historia del Rey Arturo son evidentes, no sólo en el parecido entre Merlín y Gandalf, ambos druidas, sino también en lo que Joseph Campbell llama el “robo del elixir”, instante presente en el viaje de todo héroe. En la leyenda artúrica esto se ve representado en la búsqueda del Santo Grial, mientras que en el Señor de los Anillos es la misión que debe concretarse, es decir, destruir el anillo.

[12] Cita en Roa Armando. “A propósito de la lectura de Tolkien del Beowulf” en “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2005. Pág. 38.

[13] William Morris (1834 – 1896) fue un artesano, diseñador, impresor, poeta, escritor, activista político, pintor y diseñador británico, fundador del movimiento Arts and Crafts.

[14] Tolkien sabe que una vida no le alcanza para terminar el Silmarillion, historia en la cual contiene la cosmogonía y evolución de La Tierra Media.

[15] Schall, James V. “Sobre la realidad de la fantasía” en “J.R.R. Tolkien; señor de La Tierra Media”. Minotauro, Barcelona, 2002. Pág. 86.

[16] Curry, Patrick. “La modernidad en La Tierra Media” en “J.R.R. Tolkien; señor de La Tierra Media”. Minotauro, Barcelona, 2002. Pág. 50 - 51.

[17] Fernández, Braulio. “Tolkien y el reencantamiento del mundo” en “Tolkien, raíces y legado”. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2005. Pág. 38.











No hay comentarios: